Al menos en esta semana de oración por la unidad de los cristianos conviene hacerse seriamente esta pregunta: ¿Importa en el día a día de nuestras comunidades cristianas la suerte del ecumenismo, se vive en ellas un ansiado anhelo por la unidad de todos los cristianos separados a los largo de la historia? No debería ser, por un mínimo de sensatez evangélica, una cuestión dependiente de los porcentajes cuantitativos de un mapa de confesiones. Duele escuchar eso de que aquí no importa tanto el ecumenismo porque las comunidades de nuestros hermanos separados son minoritarias. Escusa que acusa insensibilidad, cuando no desprecio encubierto. ¿Acaso no resuena aquí igual que en cualquier otro lugar la desgarradora exclamación de Cristo «Que todos sean uno para que el mundo crea»?
El ecumenismo es el barómetro de la comunión. Si en la Iglesia (y en cada una de las iglesias), y en cada una de sus comunidades, no se respira la pasión ecuménica, no se sufre por la separación y no se anhela y se busca la unidad, y si no se reza por ella, es que tampoco se respira pasión por la unidad en el seno de la Iglesia, de cada iglesia, abocada a la dispersión de la indiferencia.
Las viejas heridas de la separación secular de los cristianos no sólo no están cerradas, sino que siguen ofuscando el mensaje de esperanza de que la comunión entre los hombres y los pueblos es posible. Pero esas mismas heridas, reconocidas y lloradas, empiezan a curarse con el bálsamo de la caridad, del ecumenismo de la vida, y con el misterioso poder de la oración. Así, si la Iglesia es como nos la describe Francisco, hospital de campaña en un mundo con tantas batallas, los cristianos, todos los cristianos, podemos ser y hacer iglesia juntos dejando que esta sea más madre que maestra, más médico que juez, más silencio y escucha que seguridad y clarividencia.
En un mundo como este, ahogado por un extremo que mata al hombre en nombre de un Dios que no es amor, y ahogado por otro extremo que deja morir al hombre por que ha olivado que Dios es amor, el ecumenismo no es un lujo, es gemido y clamor urgente y necesario, porque es Evangelio creíble, cimiento real de Evangelio realizable.
En un mensaje grabado en el iphone de un pastor luterano, Tony Palmer, por el Papa Francisco, y dirigido a los participantes en una gran encuentro de cristianos neo-pentecostales, les decía:
(https://www.youtube.com/watch?v=eU7x2dvAPDM):
Os mando un saludo gozoso y nostálgico. Gozoso porque estáis reunidos para adorar a Jesucristo como el único Señor y para orar al Padre y recibir el Espíritu, y esto da alegría porque se ve que Dios trabaja en todo el mundo. Pero también nostálgico, porque como en todos los barrios, que hay familias que se quieren y familias que no se quieren, familias unidas y familias desunidas. Y nosotros estamos un poco, permitidme decir, separados. Separados porque el pecado nos ha separado. Nuestro pecado. Los malentendidos en la historia. Una larga historia de pecado comunitario. ¿Quién tiene la culpa? Todos tenemos la culpa. Solo uno no tiene culpa, el Señor.
Estoy nostálgico por esta separación llegue a su fin y nos lleve a la comunión, a ese abrazo del cual nos habla la Sagrada Escritura cuando los hermanos de José hambrientos van a Egipto a comprar para poder comer. Iban a comprar, porque no les faltaba el dinero, pero si les faltaba la comida. Y allí han encontrado algo más importante que el alimento, encontraron a su hermano. Todos nosotros tenemos el sueldo, el sueldo de la cultura, el sueldo de nuestra historia y de tantas riquezas culturales y religiosas de tradiciones diversas. Pero debemos encontrarnos unos a otros como hermanos, y debemos llorar juntos, como hizo José. Ese llanto que nos une. El llanto del amor. Os hablo como hermano. Os hablo así, con simplicidad. Con alegría y nostalgia. Dejemos crecer la nostalgia. Porque esto impulsará a encontrarnos, a abrazarnos y a alabar a Jesucristo como único Señor de la Historia.
Os agradezco tanto por escucharme. Os agradezco tanto por dejarme hablar la lengua del corazón. Y os pido también un favor: que recéis por mí, porque necesito de vuestra oración. Yo oro por vosotros. Lo haré. Pero necesito de vuestra oración. Y que oremos al Señor porque nos una a todos. Seamos hermanos y démonos este abrazo espiritual y dejemos que el Señor concluya esta obra que él ha comenzado. Porque esto es un milagro. El milagro de la unidad ha comenzado. Dice un escritor italiano famoso, Manzoni, en un romance, en boca de un hombre del pueblo, dice esta frase: «No he encontrado jamás que el Señor haya comenzado un milagro y no lo haya terminado bien». El terminará bien este milagro de la unidad. Os pido que me bendigáis y yo os bendigo. De hermano a hermano, un abrazo.