El miércoles pasado, 7 de octubre del año 2020, tuve la suerte (la gracia en cristiano) de participar en una celebración especialmente emotiva y significativa. Tras una celebración eucarística en el Templo del Antiguo Convento, de la Parroquia San Cristobal de Boadilla del Monte en Madrid, presidida por el obispo auxiliar de la Diócesis de Getafe, monseñor José Rico Pavés, se inauguraba el monumento a los tres mártires de Boadilla, al descubrirse una hermosa escultura, obra del artista Jesús Curiá, con el busto de los tres mártires Benjamín Sanz, Melitón Morán y Miguel Talavera, que eran, al estallar la Guerra Civil Española, el párroco de Boadilla, el capellán de las madres Carmelitas y un seminarista de 17 años, estudiante de tercero de filosofía, cuyo proceso de canonización ya ha pasado de la fase diocesana a la Causa de los Santos en Roma. Todos fueron asesinados por el odium fidei de la que ha venido a llamarse la Persecución Religiosa en España del siglo XX, una de las más cruentas de la historia de la Iglesia.
En la celebración de la Eucaristía el obispo señaló la importancia del día elegido para este evento, pues el 7 de octubre es el día de la Virgen del Rosario, patrona de la ciudad de Boadilla del Monte, pero también el día en el que, 84 años después, el más joven de los tres mártires, el seminarista Miguel Talavera Sevilla, fue asesinado, por lo que también sus familiares estaban presentes en la celebración. Pero sobre todo resaltó el significado “testimonial” del martirio, y el mensaje de reconciliación que dieron todos los mártires de aquella persecución.
Si en la ficha de la checa que terminó con sus vidas, aparece que el motivo por el que el Comité de Radio Comunista Puerta del Ángel los sacó de sus casas y los ejecutó, no fue otro que este: A Benjamín Sanz y a Melitón Morán los mataron por ser sacerdotes, y a Miguel Talavera lo mataron por ser seminarista. Este fue su delito, su gravísimo delito: ser cristianos y sentirse llamados a seguir a Cristo en el ministerio sacerdotal. Me pareció especialmente importante al respecto la consideración que el párroco de Boadilla, Julio Rodrigo Peral, hizo en la breve presentación de la misa antes de la inauguración del monumento, al señalar que, si es evidente que para la Iglesia estos tres hombres son mártires, son testigos de la fe hasta dar su vida; también debería ser evidente para la sociedad, en la que estamos llamados a convivir en armonía todos, creyentes y no creyentes, que estos hombres han de ser reconocidos como víctimas de la discriminación, en esta caso discriminación religiosa, la causada por el odio a la fe, al igual que se reconocen las víctimas del odio hacía otras condiciones humanas, como son el origen, el sexo o la raza. En la misma línea el Alcalde de Boadilla, don Javier Úbeda, resaltó en su intervención al final de la misa algo muy verdadero e importante, que estos mártires son, y ahora más que nunca en este tiempo de infortunio por la Pandemia, un testimonio de unidad, del grito por la unidad entre todos los hombres, sean cuales sean su fe y sus convicciones, su identidad y sus vidas.
Al finalizar la misa, el Alcálde de Boadilla del Monte, y el obispo auxiliar de Getafe, descubrieron juntos el monumento retirando una gran bandera de España que cubría la estatua. En la calle Mártires, que hasta ese momento podría hacer creer a más de uno que su nombre se refería a todos los mártires (o a mártires anónimos), se podía ahora ver sus rostros sostenidos en una piedra que en forma de cruz, y leer sus nombres grabados en ella. Estaba anocheciendo, y bajo un cielo despejado y estrellado, la luz de las farolas alumbraba aquel instante con esplendor. Y junto al alcalde, al obispo y al párroco, los sobrinos de Miguel Talavera se acercaron los primeros a ver de cerca el rostro angelical de aquel jovencito, tío suyo, que aquella persecución les arrebato de su lado, pero que saben que desde el cielo los protege, y que en poco tiempo junto a los dos sacerdotes boadillenses, la Iglesia reconocerá su santidad martirial oficialmente. Una prerrogativa que sólo ella tiene, pero que esa tarde, como en tantas otras ocasiones, fue avalada por la multitud de vecinos de Boadilla que, guardando en la calle las distancias de seguridad por la Pandemia, aplaudían emocionados, y por su Ayuntamiento, que ha querido que estos mártires ocuparan el sitio que les corresponde en su Ciudad, promoviendo y costeando esta iniciativa, evidentemente cívica, sin hacer cuentas con lo que para algunos, desde prejuicios ideológicos, podría ser una iniciativa políticamente “poco correcta”. Aunque no pueda haber nada más correcto al servicio de la “Polis” que reconocer a sus hijos más valiosos, y no puede haber ciudadanos más valiosos que aquellos que, habiendo elegido una vida al servicio de los demás, dispuestos a dar su vida por ello, la dieron un día cruentamente, alcanzando así la gloria de su elección y del sentido de sus vidas.
Y como es de bien nacidos ser agradecidos, quiero públicamente agradecer, seguramente en nombre de miles de boadillenses, a su alcalde por no tener reparo en implorar a los mártires de su ciudad como creyente, y de homenajearlos como líder y cabeza de su Ayuntamiento (espacio donde juntarse para deliberar juntos y unir esfuerzos), y a su párroco, porque desde que lo es de Boadilla, hace 25 años, no ha cejado en su empeño, desde su ministerio pastoral, por despertar la verdad, la bondad y la belleza de esta ciudad y de sus habitantes, los de ayer, los de hoy, y los de siempre, como ha hecho sin descanso con la memoria de San Babilés y de los Mártires de Boadilla.