Parecería una obviedad hablar del consistorio de la renovación. Todos los nuevos consistorios del colegio Cardenalicio en los que se incorporan nuevos cardenales suponen una renovación, al menos, del Colegio Cardenalicio. Pero algunos consistorios, como esté, son claramente consistorios de renovación de la Iglesia y no sólo del colegio de los cardenales.
Lo es de la Iglesia universal, porque, como viene ocurriendo desde el pontificado de San Juan XXIII, el color de los cardenales, a parte del púrpura de sus ropajes, va siendo cada vez menos blanco y más interracial, y el pasaporte de los purpurados, además del de el Estado del Vaticano que reciben, es cada vez más multicolor, y no masivamente color borgoña, que es el color del pasaporte italiano. De hecho, en el elenco de los 13 nuevos cardenales, sólo uno es italiano. Y los hay de Siria, República Centroafricana, Brasil, Estados Unidos, Bangladesh, Venezuela, Bélgica, Isla Mauricio, Méjico, Nueva Guinea, Malasia, Lesotho, Albania y España. De todos los continentes, y sólo tres europeos. Pero además el perfil de los nuevos cardenales es, hasta donde mi corto conocimiento me alcanza, un perfil de hombres con una trayectoria de Iglesia “hospital de campaña”, un estilo Francisco: más pastores que teólogos, más sencillos que altaneros, más médicos que maestros.
Y es un consistorio de renovación eclesial también para la Iglesia española. Monseñor Carlos Osoro, arzobispo de Madrid y vicepresidente de la Conferencia Episcopal Española, pasa a formar parte, como lo hizo en el último consistorio el año pasado el Cardenal Blazquez, del grupo de personas que con el sucesor de Pedro más responsabilidad tienen en el timón del barco de la Iglesia. Y ambos representan una nueva etapa de la Iglesia española, de la etapa Francisco, etapa de continuidad y de novedad a la vez tanto en la Iglesia universal como en la Iglesia española. Cuando fue elegido Francisco me decía un nuncio apostólico que la renovación Francisco tardaría al menos diez años en llegar a España. Creo que exageró. La Iglesia en España, a pesar de tantas resistencias y reticencias de los del “siempre ha sido así y siempre se ha hecho así” que tanto le molesta al Papa, es una Iglesia viva en la que poco a poco va desapareciendo la distinción entre los católicos de postín y los católicos relegados, de «ladín», para dar voz y participación a todos los estilos, a todos los acentos, a todos los carismas.
Osoro, el nuevo Cardenal Osoro, es hombre de inclusión, de inclusión a conciencia; es hombre de diálogo, de diálogo a 360 grados; es hombre de esperanza, de alegría, de positividad, hasta contagiar ilusión por raudales; es hombre de paz, de reconciliación, y de decisión firme a la hora de pacificar y de solucionar disputas y contiendas, que no suelen faltar también dentro de la Iglesia. Es cariñoso, detallista, humilde, confiado, resuelto. Como dice un amigo mío argentino, “pues lo normal”, aunque a veces no sea esto tan normal en el mundillo de las vanidades clericales, tanto entre clérigos clericales como entre laicos clericales.
A la Iglesia le sobran aún muchas ínfulas en sus tradiciones y simbologías barrocas que no adornan tanto a Dios como a los hombres. Los papas contemporáneos, poco a poco, las van simplificando. En el mundo de la imagen son mucho más perjudiciales que antaño. Pero el remedio no está sólo en desadornar a los hombres ostentosos, sino en adornar a los hombres sencillos, que no les dan ninguna importancia y no se crecen con ellas. Creo que en este consistorio además del carácter profundo y hasta martirial del significado del cardenalato, que a la gente de a pie a penas les llega, los hombres humildes y normales como don Carlos, harán su parte para que el adorno de los cardenales no sea tanto el púrpura de sus vestidos, signo a la vez de la sangre de la cruz y de la alegría de la Resurrección, sino su capacidad de abrazar y acompañar la cruz de sus hermanos, y su capacidad de transmitir la alegría y la esperanza del Señor Resucitado.