En la festividad del Corpus Christi que bien nos viene recordar algunas cosas de las que el Papa Francisco nos ha dicho sobre la Eucaristía. Cosas muy claritas, concretas, y sugerentes:
Primero, sobre la celebración, que basta con lo que vemos para entenderla: “En el centro se encuentra el altar, que es una mesa cubierta por un mantel y esto nos hace pensar en un banquete. Sobre la mesa hay una cruz, que indica que sobre aquel altar se ofrece el sacrificio de Cristo: es Él el alimento espiritual que allí se recibe, bajo el signo del pan y del vino. Junto a la mesa está el ambón, es decir, el lugar desde el cual se proclama la Palabra de Dios: y esto indica que allí nos reunimos para escuchar al Señor que habla mediante las Sagradas Escrituras y, por lo tanto, el alimento que se recibe es también su Palabra. Palabra y Pan en la Misa se hacen una misma cosa, como en la última Cena, cuando todas las palabras y signos de Jesús se condensaron en el gesto de partir el pan y ofrecer el cáliz, anticipación del sacrificio de la cruz”.
En segundo lugar, las consecuencias de esta celebración:
La primera, la comunión con Dios: “Jesús, haciéndose pan partido para nosotros, vierte sobre nosotros toda su misericordia y su amor, tanto que renueva nuestro corazón, nuestra existencia y nuestro modo de relacionarnos con Él y con los hermanos. Es por esto que normalmente, cuando nos acercamos a este Sacramento, se dice que se recibe la Comunión y se hace la Comunión, que es pregustar ahora ya la plena comunión con el Padre que caracterizará el banquete celeste, donde, con todos los Santos, tendremos la gloria de contemplar a Dios cara a cara. Esta comunión nos lleva a la adoración eucarística: no se trata de “cerrar los ojos y poner cara de estampita”, sino de orar. Una oración que nos lleva a la segunda consecuencia, la comunión con los hermanos: Por la eucaristía “seremos capaces de gozar con quien está alegre, de llorar con quien llora, de estar cerca de quien está solo o angustiado, de corregir a quien está en error, de consolar a quien está afligido, de acoger y socorrer a quien está necesitado”.
Por esto, nos dice el Papa, es tan importante ir a misa el domingo no sólo para rezar, sino para recibir la comunión, este Pan que es el Cuerpo de Jesucristo y que nos salva, nos perdona, nos une al Padre”. ¡Gracias, Santo Padre! Esta todo clarísimo. Al pan, pan; y al vino, vino. Y nunca mejor dicho.
Podemos añadir otra sugerencia, tomada de monseñor Carlos Osoro, arzobispo de Madrid: la de salir a la calle, porque el Corpus es también ocasión para dar testimonio del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús en las calles de la ciudad, de cada ciudad, de todas las ciudades y pueblos donde se hace, de un extremo a otro del Planeta, la bellísima procesión del Corpus Christi. Dice don Carlos:
“Salid a la ciudad. Él quiere llegar y entrar en el corazón de todos los hombres. Qué fuerza transformadora tienen para nosotros y para todos los hombres las palabras de Jesús en la Última Cena: “Tomad, esto es mi cuerpo…Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos”. Salgamos a la ciudad. Hemos comido. Nos hemos alimentado del cuerpo y de la sangre de Cristo. Ello hace que en nuestra vida se haya producido una “transfusión singular”. Ha sido la gracia, el amor, la misericordia de Dios, lo que ha inundado nuestra vida. Esto es lo que recorre e inunda nuestra existencia. La comunión con Cristo engendra una nueva manera de vivir y de relacionarnos entre nosotros. De lo que comemos y bebemos tenemos que dar a todos los que nos rodean. Dar el amor de Dios que regenera, que recupera, que no hace excepciones, que libera, que elimina esclavitudes, que suscita en nuestro corazón la capacidad necesaria para vivir la fraternidad con todos los hombres, que nos hace experimentar que todos los hombres son hijos de Dios y por eso hermanos de todos”.
