Me voy a saltar todas las «reglas» de los posts: este no va a ser ni corto ni «directo». Lo siento. Resulta que he vuelto a afrontar (y van…) la pérdida de un proyecto profesional por abordar una realidad inmoral que se estaba «racionalizando» y «socializando». Tampoco es muy de extrañar: ¡basta con levantar la cabeza y mirar! Por eso, me permito compartir esta reflexión con quienes me leéis.
Punto de partida: el carácter práctico de las ideas morales
En todos los hombres hay ideas morales. Bondad, maldad, virtud, vicio, licitud e ilicitud, derechos y deberes, obligación, culpa, responsabilidad, mérito y demérito son palabras que todo el mundo utiliza. Todas las personas en todo el mundo entienden estos conceptos, aunque quizá los interpreten de manera diferente cuando los aplican a casos concretos.
Decía Balmes que “las ideas morales no se nos han dado como objetos de pura contemplación, sino como reglas de conducta; no son especulativas, son eminentemente prácticas.”
Como la regla de la moral no es el interés privado y sabemos que la felicidad de la persona se fundamenta en “hacer feliz a otro”, asumimos que la dicha (del hombre de bien) es modesta, tranquila, incorporada como una piel a la vida diaria…
¿Practicar la justicia? Es la base de la práctica de las demás virtudes (prudencia, fortaleza y templanza). Ocurre que la “corrupción” (en las costumbres y en los actos) está siendo aceptada y parece que se perpetúa en las organizaciones y en la sociedad. ¿Qué podemos hacer?
Cuál es mi análisis de la situación
No pocos de los escándalos ocurridos en las últimas décadas en organizaciones “venerables” (p. ej. UNICEF, Cruz Roja), en empresas reconocidas (casos Enron, Parmalat, Arthur Andersen, Lehman Brothers, Bankia), en organizaciones con prestigio social (UGT, CC.OO., CEOE), en partidos políticos (PP, PSOE), también en algunas instituciones pertenecientes a la Iglesia católica, tienen ciertos elementos en común. En muchos casos sus actuaciones implicaban la colaboración de numerosas personas de cierta relevancia social, donantes (o vehículos de donación) de sumas importantes para obras de caridad, “buenos padres de familia”, muy alejados de la imagen de “criminales” o del prototipo de inmoral. Estas actuaciones se pueden explicar, en parte, por las técnicas de racionalización que han utilizado las personas que cometían actos inmorales o fraudulentos.
Las racionalizaciones son estrategias mentales que permiten a esas personas ─y a quienes les rodean─ percibir sus actos como justificables. La racionalización suele ir acompañada de una estrategia de socialización, en virtud de la cual aquellos que se incorporan a esas áreas de actuación (o a esas instituciones o empresas) son inducidos a aceptar y/o practicar actos inmorales. La conjunción de estas dos técnicas y estrategias sostienen una confusión (o corrupción) institucionalizada de apariencia inocua y aceptable.
Qué es racionalizar la corrupción
Uno de los descubrimientos más intrigantes es que las personas inmorales (corrompidas) no suelen verse como tales. Dicho de otro modo: el hombre es capaz de justificar las mayores bellaquerías. La racionalización se sitúa en un nivel de complejidad, ambigüedad y dinamismo que permea todos los ámbitos de la persona y de la sociedad. De hecho, las personas se escudan en que deben responder en tiempo real a precedentes institucionales y sociales, a rutinas, a presiones, a dilemas que les impiden reflexionar. Para esas personas, las cuestiones éticas (morales) tienen la apariencia de lujo; es entonces cuando las racionalizaciones se presentan como algo disponible y tentador. Y una vez que son reclamadas, las racionalizaciones no sólo facilitan las actuaciones inmorales, sino que opacan la consideración (y percepción) de mal comportamiento.
Racionalización 1: Negar la responsabilidad
Las personas se convencen de que están participando en actos inmorales llevados por las circunstancias: no tienen elección. Tales circunstancias pueden ser tanto un sistema coercitivo, como realidades financieras, presión social, “todo el mundo lo hace”, cosas así. Al utilizar este tipo de razonamientos las personas no se ven a sí mismas como perpetradores de actos inmorales; es más, se perciben como individuos moralmente responsables que son forzados a realizar actos inmorales.
Racionalización 2: Negar el daño
Las personas se convencen a sí mismas de que sus acciones realmente no hacen daño a nadie y, por tanto, en verdad no son inmorales. Esto suele ocurrir en entornos en los que las personas se sienten seguras, pues creen que pueden controlar las circunstancias. Una variante de este comportamiento ocurre cuando se acepta que existe un daño, pero se considera que es mucho menor que otros producidos por otras personas, o bien se actúa en evitación de lo que se piensa son daños mayores.
Racionalización 3: Negar que haya víctimas que sufran el daño
Una técnica muy común es la de convencerse de que las personas afectadas merecen lo que les ocurre a causa de sus propias actuaciones pasadas. En el fondo, se trata de comportarse como un Robin Hood moderno. Normalmente se trata de una consideración ficticia, pero una vez que las personas comienzan a creer que los afectados merecen lo que están sufriendo (lo que les está ocurriendo), la sensación de responsabilidad y de culpa se diluye y tienden a pensar que sus actuaciones no son inmorales.
Caso extremo de esta técnica es la despersonalización de las víctimas, es decir, convertirlas en estadísticas o incluso en no-personas (la despersonalización resultó evidente cuando los traders de Wall Street, al comienzo de la crisis de 2007, veían a sus clientes no como personas sino como sanguijuelas que merecían ser engañadas).
Socialización 1: Compensación” social
Puede ocurrir en dos direcciones. En primer lugar, si la legitimidad de la organización o institución está en cuestión, entonces cualquier comportamiento es aceptable (lo de “quien roba a un ladrón, etc.”). Por ejemplo, las personas que consideran que una indicación (incluso una ley) es ambigua, compleja, inconsistente, abusadora o interesada políticamente, creen que tienen derecho a no cumplirla (hablo de “conveniencias”, no de justicia).
Otra forma de “compensación” social es la introducción de comparaciones: dado que los actos inmorales (corruptos) pueden hacer que las personas parezcan “malas”, esto les ofrece razones para buscar y encontrar ejemplos de otras personas que son todavía más inmorales y, de esta manera justificarse pensando y diciendo que “ellos no son tan malos”.
Socialización 2: Apelar a lealtades superiores
En grupos con elevado nivel de cohesión, hay personas que tienden a pensar que los objetivos del grupo (organización, institución) son más importantes que los de otros colectivos, incluso que están por encima de los valores individuales de las personas. Esto los lleva a vivir en un contexto de “mentiras aceptadas”.
Socialización 3: Involucrar en prácticas corruptas a las personas que se incorporan al sistema
Cuando las personas que se incorporan a una instrucción u organización son expuestas a prácticas inmorales, su primera experiencia es de disonancia, aprensión, rechazo. Algunos de sienten tan mal que incluso abandonan la organización. Sin embargo, las técnicas de racionalización tienden a conseguir que otras personas acepten las prácticas y comportamientos como normales (aceptables) y empiecen a mostrarlas sin empacho: lo que hace la mayor parte de la gente en la organización “no puede estar tan mal”.
Socialización 4: Co-optación
Este es el caso en el que se utilizan incentivos (normalmente económicos o de rango en la organización) para que los comportamientos inmorales sean aceptados.
Socialización 5: Implicación incremental
Caso en el que las personas van siendo llevadas a aceptar y cometer actos gradualmente más y más inmorales, una vez que han aceptado los de nivel de corrupción inferior (consecuencia de las técnicas de racionalización).
Socialización 6: Compromiso
La llamada “lealtad”, en ciertas instituciones puede generar la aceptación de actos inmorales (normalmente de buena fe) para evitar presiones, conflictos personales u otros problemas emocionalmente complejos. Por ejemplo, en la actividad política, la existencia de redes de favores, la dificultad para poner coto a negocios hace que resulte muy complicado para muchas personas actuar de acuerdo con sus propios criterios morales, principios o incluso preferencias.
En el fondo, se trata de una forma muy sutil de limitación de la libertad, pues existe una ilusión de elección por parte de las personas que comparten una parte importante de los principios de la institución, pero cuestionan ciertas actuaciones, aunque aceptan el total de las decisiones.
Racionalización 4: Manipulación del lenguaje
La utilización de eufemismos es uno de los elementos clave en la racionalización y socialización de los comportamientos corruptos o inmorales. Uno de los ejemplos más descarnados lo tenemos en la descripción acerca de cómo actuaron los médicos del régimen nazi en Auschwitz. Nunca utilizaron la palabra muerte; el proceso de los asesinatos se denominaba eutanasia o medicina preventiva; nunca utilizaron las palabras gasear ni matar. De esta manera justificaban sus actos. El uso de eufemismos en el lenguaje permite a las personas que cometen actos inmorales o corruptos explicar su actividad de manera que sea percibida como inofensiva.
LAS SOLUCIONES
Dice Baltasar Gracián que la madurez es la expresión del buen comportamiento. El comportamiento virtuoso requiere una buena dosis de prevención: la racionalización y la socialización son procesos a través de los que la inmoralidad (corrupción) puede llegar a convertirse en una actividad habitual. Y sus efectos pueden ser devastadores para las personas y para las instituciones. En primer lugar, porque ambas se retroalimentan y hacen que las prácticas inmorales se atrincheren; en segundo lugar, porque los dos procesos hacen que las actuaciones corruptas parezcan menos inmorales, y por tanto la organización (institución) no sea consciente de lo que está ocurriendo, pues las prácticas corruptas (inmorales) “pasan por debajo del radar” y no son detectadas.
Es necesario contar con sistemas de prevención
Revisar el estado de las personas con regularidad periódica, pensar en las actividades que se realizan desde la perspectiva de las personas sobre las que recaen (clientes, accionistas, familiares, benefactores, asociados… ¡fieles!) puede ayudar a pinchar la burbuja ideológica que manipula la justicia. Es un acto de prudencia.
La introspección permite examinar las actuaciones desde el punto de vista de sus implicaciones morales y considerar la justicia inherente a los actos, así como la fortaleza necesaria para asumir las opciones aceptadas.
Acudir a sesiones de evaluación del desempeño
Se hace imperativo para las personas comprender los riesgos y las consecuencias morales de sus comportamientos. Se trata de cumplir con las obligaciones del día a día de las personas y, al mismo tiempo, encontrar la templanza con la que abordar las decisiones. Es la mejor manera de prevenir las consecuencias del juego entre la racionalización y la socialización.
(Para los católicos esa es una de las utilidades de la dirección espiritual).
Alimentar y sustentar la moralidad en las organizaciones (instituciones)
No es suficiente con un código que actúe como distintivo de moralidad. Se trata de poder acompañar a las personas ante las dudas e incertidumbres acerca de lo apropiado o inapropiado de una acción o comportamiento. Las personas deberían tener la posibilidad de acceder a mecanismos que les permitan comentar con tranquilidad sus inquietudes, probablemente con profesionales independientes ante los que no se sientan expuestas. Al mismo tiempo, las instituciones deberían contar con procedimientos de confirmación de la moralidad de sus actividades clave.
De modo paralelo, los directivos, los guías en las organizaciones (instituciones) deberían actuar como modelo de comportamiento ético. Aquí se aplica aquello de no sólo ser, sino parecer. Y ser el supervisor por excelencia, pues aceptar que existen comportamientos inmorales y actuar diligentemente contra ellos es la mejor manera de abordar los problemas que crean la racionalización y la socialización de las conductas corruptas (inmorales).
Conciencia y vigilancia
Dadas la ambigüedad, la complejidad y el dinamismo de los entornos actuales, cabe racionalizar las conductas inmorales como inevitables, como un lugar común con el que hay que convivir. En este contexto, las organizaciones (instituciones) deben estar especialmente vigilantes para actuar frente a las técnicas que promueven la injusticia, analizar la realidad con prudencia, armarse de la fortaleza necesaria y actuar con la templanza que requiere el respeto a las personas.
La concienciación y la vigilancia pueden evitar que las instituciones (organizaciones) se debiliten a causa de la corrupción (inmoralidad) cómplice de las técnicas de racionalización y socialización.
Último (que debería ser primero): rezar. Ponerse en presencia de Dios y pedirle ayuda para navegar adecuadamente. Y no sentirse un «pringao» por tomar decisiones morales. Cuesta. Ayuda a dormir.
Nota: la ilustración es de Nieto, fue publicada en ABC el 02/11/2014