Café muy, pero que muy mañanero. Me pregunta el amigo con quien comparto los churros que por qué es necesaria la Iglesia, que si no es un invento para ejercer el poder y sacar dinero. Y que eso de la santidad de la Iglesia, que bueno… ¡Sin anestesia!
El Espíritu Santo es muy suyo… ¡Hoy recordamos a san Juan Crisóstomo! Recuerdo lo que nos enseñaba el santo (del siglo IV, no han cambiado tanto las cosas): que la Iglesia es santa porque en ella ejerce su ministerio (o sea, su servicio) el Espíritu Santo y a la vez vulnerable porque está formada por hombres. No le convence, le parece retórica barata. Le recuerdo los defectos y limitaciones de los apóstoles, a pesar de lo cual “arrancó” y se consolidó. Se queda más perplejo. Sigo: a pesar de los pesares, san Juan Crisóstomo nos enseñaba que la Iglesia es el don más precioso de la creación, pues nos otorga la vida divina por medio de los sacramentos. “Pero ¿tú te crees de verdad eso? Venga, tío”. Si la Iglesia no fuera, continúo, una comunidad de amor que tiene que difundir el amor que ella misma recibe de Dios, esto sería una farsa. ¿Que fallamos? ¿Acaso tú lo haces todo bien? Todo, o sea, todo, rey. La Iglesia busca tus sentimientos y tu bien espiritual, para que vayas al cielo. Cara de sorna. Ya, que esto del cielo no tiene mercado. Pues yo quiero ir y rezo para que vayas. Quedamos en tablas.
Nota: lo de los dineros no aguantó un asalto (es que es muy fácil). Comencé diciéndole que el presupuesto del Vaticano (unos 300 MM€, con más de 2.000 empleados, obras de arte, «calla, calla», «no, chaval, déjame continuar…») es como la mitad que el de la Universidad Complutense de Madrid, o que el del Real Madrid (ambos por encima de los 500 MM€)… me dijo que por ahí no iba a insistir, que me veía muy seguro, con datos, y que tenía las de perder…