Ayer leí con detenimiento el análisis que firmaba Ricardo Benjumea en la edición impresa de Alfa y Omega acerca de las próximas elecciones generales. Y llegué a la conclusión de que los cristianos tenemos tarea.
«Si la inconstancia, la ligereza, la falta de carácter son defectos vergonzosos en los particulares, con más motivo lo serán en corporaciones como…». Es de la séptima filípica, año 43 antes de Cristo. Cicerón. Ya ha llovido. Y veo a nuestra sociedad retratada.
Inconstancia: cuando una sociedad cree realmente en algo, en una manera de entender, apoyar su forma de ser y aplicar sus soluciones, tanto valores y conceptos, como emociones y servicios, conviene perseverar. Que los «hayques» ganen a los «esques». Claro que para ello es necesario saber quién se es y dónde se está.
Ligereza: Nada de volatilidad ni volubilidad. Las cosas con sustancia son, a menudo, rocosas, y se asientan sobre cimientos sólidos. Y responden a una estrategia. Flexibilidad y agilidad son cosas diferentes de ligereza.
Falta de carácter: el carácter se moldea y se trabaja, pero «viene de serie», tiene un código genético que se asienta en intangibles como la familia, la empresa, la parroquia, etc. Claro que las sociedades de aluvión mal encajado no se preocupan por conocer el origen de sus mestizajes y así les luce el pelo. No hay nada más listo que un chucho: yo estoy orgulloso de ser chucho, pero sé quién es mi padre y quién es mi madre, se de dónde vengo. El conocimiento y la valoración de mi procedencia han forjado mi carácter.
Ocurre que para cambiar la manera de hacer hay que cambiar la manera de pensar. Yo trato de aplicarlo en los proyectos que acometo y en las decisiones que tomo. Eso es lo que más me ayuda ante las situaciones de cambio y los retos que presentan, eso es lo que impulsa el latido de mi corazón. Y eso es lo que, modestamente, os sugiero.
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