Porque tenemos un Rey al que adorar
Mala cosa eso de manipular y confundir. En la Iglesia Católica celebramos la fiesta de los Reyes Magos de manera especial. La epifanía. Una «epifanía» es una manifestación. Asistimos a una gran mostración, con estrellas, con luces esplendorosas y misterios revelados: aparece el rostro del Niño que nació el día de Navidad.
Herodes pregunta a los sumos sacerdotes y a los escribas dónde va a nacer el Mesías. La respuesta que el evangelio de san Mateo pone en sus labios dice mucho más, combinando dos líneas del Antiguo Testamento: una que revela que el Mesías nacerá de la estirpe de David, y la otra que profetiza «un gobernante de Israel» que será «pastor de su rebaño» y cuya «grandeza alcanzará hasta los confines de la tierra».
Esas promesas de un Rey de Israel que gobierna las Naciones resuenan también en el Salmo 72, un salmo que celebra al hijo de David, Salomón. Su reino, canta el salmo, se extenderá «hasta los confines de la tierra», y los reyes de todo el mundo le rendirán homenaje. Esa es también la escena que recrea Isaías (ver Is 60,1-6), con los pueblos que vienen de lejos, trayendo «oro e incienso» para el rey de Israel.
La peregrinación de los Reyes Magos que nos recuerda el Evangelio (ver Mt 2,1-12) marca el cumplimiento de las promesas de Dios. Los Reyes Magos, astrólogos y sabios que vienen de lejos, están siguiendo la estrella que Balaam predijo: «una estrella se alza desde Jacob, un cetro surge de Israel» (ver Nm 24,17). Cargados con oro y especias, su viaje evoca las visitas a Salomón por la reina de Saba y los «Reyes de la tierra» (ver 1Re 10,2; 25; 2Cro 9,24). Curiosamente, son los otros lugares de la Biblia donde el incienso y la mirra se mencionan juntos (ver Ct 3,6; 4,6-14).
Pero uno más grande que Salomón está aquí (ver Lc 11,31). Jesús. Él, el Mesías, ha venido a revelar que todos los pueblos son «coherederos» de la familia real de Israel, como enseña san Pablo en la carta a los Efesios: «también los paganos participan de una misma herencia, son miembros de un mismo Cuerpo y beneficiarios de la misma promesa en Cristo Jesús» (ver Ef 3, 6).
La manifestación de Jesús, su epifanía en el «día de los Reyes Magos» nos obliga a elegir: ¿seguiremos las señales que nos conducen a Él, como hicieron los sabios Reyes Magos? ¿O seremos como los sacerdotes y los escribas que convirtieron la promesa de Dios en letra muerta en una página antigua?
O sea que, a portarse bien, a lustrar zapatos y a adorar al Niño. O los Reyes nos echarán carbón.
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