(En mi parroquia) he propuesto rezar laudes, juntos, todos los que estemos y queramos, a las 08:45 de la mañana. Hasta aquí todo bien. En la capilla del Sagrario. Hemos comenzado hoy (por cierto, me he liado y he dirigido mal el comienzo de la oración). Desde aquí… las cuestiones. Que si vamos a molestar a quienes pasan a hacer una visita de camino a su trabajo; que si vamos a importunar a quienes están rezando o meditando allí, porque encuentran un momento de silencio. Y me he puesto un poco bravo: no he levantado el tono, aunque sí he sido firme en mi postura.
No lo habíamos presentado en los “avisos” el domingo pasado. Queríamos proponerlo a los que se fuesen acercando, a partir de tres señoras que rezan juntas a esa hora, casi de tapadillo, en una esquina, susurrando, desde hace tiempo. ¿Por qué así?
Igual estoy equivocado, pero los Laudes, una de las horas mayores de la Liturgia de las Horas, la oración eclesial por excelencia, que tiene su origen en la oración misma de Jesús, es un sacrificio de alabanza. No se trata de un acto piadoso (como lo son el Santo Rosario o el Via Crucis, por ejemplo), sino de una acción cultual y litúrgica, que, por tanto, requiere celebración, es decir, reunión y manifestación externa.
Los Laudes santifican el comienzo del día, hacen memoria de la resurrección de Cristo Luz del Mundo y nos ayudan a prepararnos para la Eucaristía. Nada más lejos de mi ánimo que agotar o importunar la piedad subjetiva de las personas que buscan un momento de encuentro con el Señor antes de comenzar la jornada de trabajo. Pero no cabe atender a la celebración de los Laudes en el templo como algo “menor” y en una esquina. De modo que, si no dedicamos esos diez minutos en la capilla del Sagrario antes de misa de 09:00, tendremos que hacerlo en la nave del templo, desde la sede, con la megafonía abierta… siempre que me den permiso (y, probablemente, después de incluirlo en los «avisos»).
Después: Misa de nueve y exposición del Santísimo.
No es cosa de “beatas” (que, por cierto, ya nos gustaría a muchos estar seguros de que somos o vamos a ser beatos), sino de cristianos que quieren consagrar a Dios las obras y los trabajos del día. Después de la conversación, que, como veis, queda en pause hasta que mañana o pasado se resuelva, “al andamio”: revisar cuentas y otras cosas de la parroquia, traducir las diez páginas de hoy, llevar dos comuniones, discutir con mis hijas, hacer la matrícula de la Universidad con la pequeña, confirmar dos reuniones con clientes para esta semana… BAU (business as usual).
Nota de esta misma tarde. Comento el asunto con un amigo y me dice: “¡Es que tú tienes cada cosa! Desde que te han “inmolado” (es una broma entre nosotros) diácono, te has vuelto algo carca… vuelves al pasado”. ¿Carca? Le contesté que no se trata de “volver al pasado” (¿?), sino de aplicar lo que nos enseña el Vaticano II (sí, en la Lumen Gentium, “que no te has leído, colega”), para ejercer el sacerdocio común de los fieles. Respuesta: “pues en menudo jardín te estás metiendo, tío”.
Total, que me quedan 4 páginas aún. Hoy se me hará tarde. Laus Deo.