Porque la oración y la acción deben ir juntas. Como nos enseñaba san Juan Pablo II, «no es lícito al hombre fiel a Dios olvidarse de lo que es humano: debe ser fiel también al hombre». Y es que la fe que se encierra en sí misma, deja de ser fe, del mismo modo que la filantropía no es caridad. El amor nunca es autorreferencial. Uno no hace las cosas para sí, sino para dar gloria a Dios. Ya sé que esto suena extraño, pero es así. Además, las cosas salen mejor.
Hoy celebramos a san Benito. Su recuerdo me está ayudando a trabajar -hoy toca fundamentalmente traducir y no atascarse demasiado- agradeciendo lo que he recibido de todos los que, buscando la plenitud como cristianos, sembraron en el pasado.
En pie a las 06:30. Acompasar las tareas con los rezos: Comenzar el día con la oración de laudes (unos 10 minutos hoy, que estaba un poco espeso y no he meditado mucho); revisar los primeros asuntos y planificar el trabajo (unos 15 minutos); rezar un rosario mientras me tomo un café y me aseo (no es muy ortodoxo, pero la Virgen me mira con amor, seguro); misa de nueve (media horita), ¡qué bonito ha predicado el P. José Antonio en Buen Suceso!; llegar hasta mi mesa de trabajo (media hora larga); revisar las cuentas y dejar organizada la declaración trimestral del IVA (cinco minutos, que llevo los datos al día); avanzar con la traducción y confirmar las referencias y las citas del capítulo que confío en terminar esta tarde (algo menos de una hora y media); detenerse a rezar el Ángelus (1:10.64, o sea, un minuto, diez segundos y sesentaycuatro centésimas, lo he cronometrado). Si cuento el rosario de esta mañana como “rezar” (acepto canario como ave rapaz), en total unos 56 minutos de oración frente a unos 110 minutos de trabajo. Ahora llevo unos 25 minutos escribiendo este post. En cuanto lo publique, vuelvo a la traducción.
¿Cuál es el contenido de mi trabajo de hoy? No puedo desvelar de qué trata la traducción, para que el editor no se enfurruñe, pero sí decir que el contenido del trabajo es ayudar a los que lo lean a comprender qué espera Dios de nosotros, sabiendo que no somos perfectos, pero sí somos mejorables y estamos definidos en el respeto a lo que hacemos, que es el respeto a quienes se van a servir de lo que hacemos. Válido siempre.
Comeré con un amigo.
La tarde es, para mí, más de trabajo y menos de rezos: tengo que encontrar soluciones inteligentes. Después, al rezar vísperas (confío en estar menos seco que esta mañana), pediré a Dios que me ayude con el desarrollo de la estructura de un proyecto de consultoría organizacional: le pediré que me ayude a pensar en lo que necesita esa empresa a través de las personas, y rezaré por ellas antes de ponerme a la tarea.
Trataré de terminar a una hora que me permita hacer vida familiar y cenar con paz, entre todo tipo de conversaciones. Seguiré habiendo dedicado más tiempo, mucho más tiempo, a mis cosas que a estar con Dios. Torpe de mí. Y, al caer la noche, volveré a pedirle que me enseñe a encontrar el ritmo que Él quiere. Probablemente sea buena idea pedir su intercesión a san Benito. Ora et labora.