Sí que es de las cosas en las que el ser diácono me ha hecho cambiar: hay que tener mucho cuidado con las opiniones que puedan influir inapropiadamente. Hoy he mantenido una interesantísima conversación (al menos para mí) acerca de la situación actual de España y de Europa occidental. La cosa se complicó cuando, ante un comentario de uno de mis interlocutores, tuve el reflejo de callar. Él me dijo: «claro, como tú ahora te has hecho apolítico…», a lo que no me quedó más remedio que responder que no, que ni en broma, que no soy apolítico -ni podría serlo, porque soy persona-, que me interesa todo lo que ocurre en la sociedad, lo que nos afecta a las personas. ¡Claro que soy político y me importa lo político!
Lo que ya no soy es partidista, es decir, tengo cuidado en que mi posición, que puede influir en otros, no afecte a sus elecciones entre las opciones que se le presentan, aunque sí puede influir en sus decisiones. ¡Qué complicado es entrar en sutilezas! Y qué complicado es aprender a callar en lo que debo callar, hablando de lo que hay que hablar.
Tengo que rezar más. Y mejor.