Está en Ed. El Acantilado. Es de Stefan Zweig. Se lee en un par de horas, como mucho. Ayuda a plantear la cosas con una referencia al orden, a la vida, a la pasión y a los afectos. Naderías de esas que nos llevan de la mano por la vida. Por el trabajo, o sea.
Una novela corta, escrita, tal como anuncia su título, con la emoción in crescendo que tiene una partida de ajedrez. Hay estrategia y juego, pillería, intereses, táctica y pasiones. La severidad de la negación, la cosificación pretendida por los carceleros nazis, provocan una casualidad que convierte a un hombre en jugador compulsivo de ajedrez, aunque no en ajedrecista.
Esto es lo que me interesa como profesional y como asesor y como diácono que tiene que escuchar y ayudar a personas heridas: la ocasión de enfrentar a un (imaginario) renombrado maestro del ajedrez ―alguien que considera opciones sobre jugadas potenciales adelantadas varios movimientos―, con un “repetidor de partidas memorizadas”, que es lo que sirve a Stefan Zweig como oportunidad para comparar la emoción con la obsesión, la oportunidad con el riesgo y, en el fondo, lo ilusionante con lo ilusorio.
Un librito que nos recuerda cómo se protege la mente del hombre para sobrevivir ante el vacío: adaptándose y elaborándose. De momento hay dos personas a las que se lo he puesto como «tarea» (un dineral me va a costar esto, porque lo de comprar libros…): la semana que viene «discutimos» sus conclusiones. Igual también conocemos a alguien a quien le venga bien tomar nota.