La niña, de siete años, les dijo hace unos meses: «es que yo quiero ser cristiana». Así de simple. Asiste a un colegio en el que la religión no es relevante. Un buen colegio desde el punto de vista del aprendizaje de contenidos; «neutral» en cuanto a valores: ¿? Esto último no lo entiendo. ¿Qué es la neutralidad a este respecto?
Los padres viven juntos desde hace casi dieciocho años. Se quieren: eso se les ve en la cara, eso se nota en cómo hablan y en cómo se miran. El que no quiere casarse es él; ella sí querría. La niña, callada toda la sesión de catequesis, ahí sí que habló: «a mí también me gustaría que se casaran». El padre enmudeció.
Luego recorrimos algunos tópicos. Dimos un paseo virtual por el Madrid más macoy -yo también he tenido un pasado-; después de varios tópicos más, hablamos del Papa. Al final convinimos en que para elogiar a uno, no es necesario denostar a otros. Fuimos acercándonos a la almendrilla de la cuestión: por qué ahora sí al bautizo de la niña. «¿No te lo han dicho mis papás?, que yo quiero ser cristiana y prepararme para la primera comunión». Ojo: no quiere una play ni disfrazarse de princesa-buceadora, quiere ser cristiana.
Un sacerdote de mi parroquia lleva tiempo, quizá años, trabajándoselo. Acude al lugar de trabajo del padre con cierta fracuencia; es socarrón, divertido, cercano. Y no se arruga al discutir con él… ni al hacerlo conmigo.
El asunto está encarrilado. Bueno, los dos asuntos. Todo con normalidad, que es condición de la felicidad.