Hace tiempo que la última revolución tecnológica, la de las IT, nos está lanzando un mensaje al que parecemos estar haciendo oídos sordos. La mecanización ha marcado un camino de no retorno: que las máquinas hagan de máquinas, para que las personas comiencen a ejercer de personas.
Dicen algunos que la internet puede acabar con las relaciones interpersonales. No sé; por de pronto, gracias al correo electrónico se están volviendo a escribir cartas, un tanto rudimentarias al principio, aunque más ricas en contenido según se va habituando el internauta. Las cartas tienen algunas capacidades que se escapan al teléfono: están más y mejor pensadas, se leen cuando conviene y/o interesa, son más profundas, van al tema y permiten relecturas, que son como conversaciones repetidas con matices diferentes, al son de cada nueva revisión. El teléfono gana en inmediatez y agilidad, goza de la frescura de la palabra hablada, de los colores de la voz y el tono y de la prontitud de la invasión aceptada. ¿Y la imagen? También está resuelto por las mencionadas IT. Todo resuelto, pues.
¿Todo? ¿Y el calor?, ¿y el ambiente, los latidos del corazón, el pulso del día a día, las sonrisas necesarias, la pasión en y con lo que estés haciendo? Ésa parece ser la función que el mundo moderno deja para nosotros, la de hacer que las personas se conozcan, se ayuden, colaboren y hagan cosas juntas.
O sea, que a ponerse las orejas de escuchar y el gorro de ser persona… normalita, a ser posible.