«Peace enforcers»: Eso es lo que pone en las camisetas que me regaló Mons. Joseph Coutts para mis hijas, cuando nos alojó (a, de izquierda a derecha, Reinhard Bakes, a John Pontifex, al P. Halemba y a mí, que tomé la foto, en visita de AIN) en su casa, en la sede del obispado de Karachi. Y ocurre en una ciudad donde, si eres cristiano, te tiene que escoltar un vehículo policial, por cautela, para prevenir, porque un día apedrean St. Mary School, o rompen el escaparate de la librería de las paulinas, o matan a cinco personas en el barrio de Essa-Nagvi, un barrio más que pobre, donde se concentran más de 15.000 familias cristianas, algo más de 500.000 personas.
Aun así, el nuevo cardenal Coutts reza por la paz y se mete en el medio. No pierde la sonrisa. Se ruboriza cuando le preguntas por la foto que tiene en su despacho junto a santa Teresa de Calcuta y trata de cambiar de tema. Él es su propio secretario. Se quita cosas del plato cuando somos muchos a desayunar y alguien se retrasa. Te sirve el café porque «nadie sabe poner la cantidad correcta de Nescafé en este país» (es de polvos, «claro, Jaime, aquí tomamos té»). Y lo mismo te hace un análisis socio-político de la situación en cualquier parte del mundo, que saca una conversación de contenido teológico o se arranca con el campeonato mundial de contar chistes «a ser posibles buenos y en un idioma que entendamos todos».
Que Dios le guíe en las misiones que le encomienda.