O sea que hoy es «fin de año». Con frecuencia, los cotillones con sus destellos opacan las verdaderas fuentes de luz, la demasía de alcohol embota los sentidos y el barullo convierte la acción en inacción. Es bueno divertirse; mejor aún saber por qué celebras algo.
Mañana recordaremos la incomparable e inigualable grandeza de Dios, que le hizo abajarse y llamar a una de sus criaturas, María para pedirle que fuera la madre de su Hijo Jesús, nuestro redentor. Es interesante no perderlo de vista: mejor que atragantarse con las uvas.
La fe y la obediencia de María le hicieron escuchar y responder a la invitación de Dios. Para María no había nada más grande que obedecer a la voluntad de Dios y entregarse, rendirse, al plan que Dios tenía para ella. Como María, deberíamos recordar que no basta con aceptar la voluntad de Dios, sino que hay que deleitarse en ella; no basta con estar cerca de la fe, sino hay que ponerla en práctica.
“Fin de año” es un buen momento para el examen de conciencia: el daño que hemos causado; lo que hemos dejado de hacer, por pereza o cobardía; el mal en que hemos pensado o que hemos deseado; las ofensas que hemos padecido; los abusos de lo que hemos sido víctimas; las difamaciones que nos hayan podido hacer sufrir; el bien que hayamos proporcionado. No se trata de darlo todo por amortizado, sino de ofrecérselo a Dios, de dar gracias por el año que termina y por el que comienza.
Al comenzar un nuevo año, oremos y esforcémonos para que, como María, nuestra vida esté siempre abierta al compromiso de vivir según la Palabra de Dios y dar testimonio de ella. Seamos transparentes.
Disculpad que me haya puesto trascendente u homilético o campeón… pero me ha salido así. ¡Feliz año!
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