Me lo ha vuelto a repetir un conocido: ¿Para que ir a misa si no salimos cambiados? Es un comentario muy común. Sobre todo para enmascarar la comodidad y la alergia al compromiso. Habitualmente consecuencia de esa costumbre tan contemporánea de convertirlo todo en experiencia subjetiva, de esperar que las cosas «ocurran» solas y de aguardar a que los otros se muevan primero.
Ser un buen cristiano no es fácil. Esto no es el parque temático «Cristianolandia», en el que la misa es el evento gancho, que tiene lugar con una frecuencia predeterminada y según un guion establecido.
Vamos a misa porque Dios nos lo pide y nos invita.
¿Cuánto tiempo dedicamos a Dios en nuestra vida?, ¿cómo de importante es para nosotros? No vale responder con la milonga del «tiempo de calidad». Analicemos lo que nos pasaría con nuestro cónyuge o con nuestros amigos o con nuestros hijos… si sólo les dedicásemos el tiempo que dedicamos a Dios en nuestras vidas. Pensemos en ello.