En el metro. Han visto, después mirado, la cruz que llevo en la solapa y han comenzado a hacer comentarios por lo bajini. Ocurre que ya llevo audífonos ―me los puse hace algo más de un mes― y alcanzaba a oír algo. “No, no soy sacerdote”. “Es que vas en vaqueros y con mochila y nos ha llamado la atención”. “Soy diácono”. “Ah, vas para cura ―se vuelve a su amiga―, ¿ves?”. “No, tampoco voy para cura. Ahora voy a visitar a una enferma y después, corriendo, a trabajar”. “Diácono permanente, es decir, ‘pa siempre’”. Cara de asombro y extrañeza y de no sé qué es eso. “Miradlo en internet, que me tengo que bajar”. Con suerte, lo buscan. Si encima rezan… Yo tengo ya dos personas más por quienes rezar hoy.
P.D. Laudes a las 08:40, Buen Suceso, Madrid, todos los días. Aunque seamos dos. En la capilla del Sagrario. En voz alta. En comunión con toda la Iglesia. Para santificar el tiempo, la propia vida y el sentido de la existencia. Para comenzar el día mirando a Dios.