Me acerqué a la parroquia más cercana a la casita que habíamos alquilado para pasar unos días en Puerto Real (Cádiz). Buscar en internet ayuda mucho a saber dónde, a qué hora, etc. Me presenté como diácono permanente de la diócesis de Madrid. Llevaba alba y estola en una bolsa. Me acogieron con un abrazo y participé en la celebración de la santa misa ese mismo día.
La parroquia de María Auxiliadora es una gracia de Dios. Compartir estos días con Luis, el párroco y con Alfonso María, el vicario, misioneros identes (www.idente.org), ha sido un regalo. Como buenos hijos de su fundador, Fernando Rielo, saben de metafísica lo que no está en los escritos… además de muchas otras cosas. Cultos, preparados, cercanos, pastores (sí, de los que huelen a oveja) y entrañables. Simpáticos y afectuosos. Tienen cuatrocientos (400) niños en catequesis… no pocos de sus padres no van a misa. ¡Tela! Eso es misión… y lo demás, aproximaciones.
Nos repartíamos las predicaciones, “para que se oyeran voces diferentes”. Las comentábamos después. Mirábamos la conexión entre los qués del mundo y los paraqués de la vida interior.
Los parroquianos habituales me han despedido con un aplauso. Ni lo esperaba ni lo merezco. He entrado en la sacristía con el estómago encogido. Les miras a los ojos, te interpelan cuando te dejas hacer. Qué bonito predica Cristo cuando te olvidas de ti y cumples lo que dices: “utiliza mi voz, usa mis labios, mueve mi cuerpo”, que sea tu mensaje el que llegue. Cuando preparo la homilía siempre le pido lo mismo: no se trata simplemente de compartir lo que yo pienso acerca de las lecturas, ni de conectarlas con la realidad actual, sino de transmitir fielmente el mensaje que Jesucristo quiere transmitir a esa comunidad en concreto ese día específico. ¿Y cuando alguno te aborda al salir y te pide que le ayudes a comprender mejor alguna cosa?
Les he prometido visitar su monasterio en La Cabrera. Un regalo así no se puede arrumbar en un desván. Estará siempre a la vista. Donde se tocan los afectos. Donde se resume la importancia del estudio. Donde se hace misión en el servicio a los demás y se convierte la misión en caridad. Con Luis y con Alfonso he aprendido a meditar en la centralidad del diaconado: rezar, darse, entregarse, borrarse y saberse querido por Cristo, tocado por la Gracia, en la mirada y la sonrisa de los demás.
Ahora… ¡al andamio!, o sea, a las tareas profesionales del día a día, a mantener la vida de oración, a la dedicación pastoral en mi parroquia, ¡a dar gracias a Dios por tanta Gracia!