Llega un momento, rasga el infinito
y las insinuaciones de las cosas
discurren paralelas al olvido.
Breve como la muerte,
que es solitaria como nada vivo
y se conforta sola,
el verbo amar ha abandonado el surco
del beso de los tiempos;
ya no hay calor, ni fuga, ni recuerdo
que no duela de veras,
sólo opresión de pecho y pocas muelas
para moler las lágrimas del duelo.
Errare humanum est
Vencer la imprecisión es asumir
que hay puntos cardinales,
decirle al Norte, al Este y al Oeste
que, aunque se fije el viento con la rosa,
«saber» te hace vivir
en el dominio azul de lo imperfecto,
andar sobre los sueños,
hablar de lo inconcreto,
sentir qué irregular es ser humano,
huïr de lo insincero.
Y no es mentira que haya un modo cierto
de definir las cosas.
Y es que el amor
gratuito, terco y compañero,
no debería parecer un símbolo
porque es un sentimiento
y un himno y un dolor y una locura
que aprieta dulcemente las entrañas
y a veces con violencia los deseos.
Los justos simplemente dan un beso
cuando quieren y lo sienten,
te tocan y, mirándote a los ojos,
elevan hacia el cielo su plegaria
y te revisten de buenos deseos,
nunca ceremoniales…y sinceros.
Yo me tenía a mí mismo por un hombre fuerte. ¡Qué va! Quebradizo y torpe. Fernando (buen marido, buen padre y buen profesional), ya no está por aquí. Rezo por él, por la salvación de su alma, por su eterno descanso en Dios. Y le pido a Fernando que que mire con amor, con ese que siempre nos regalamos los dos. Descanse en paz.