Me voy a meter en un jardín. Leo en RD que al obispo Msr. Durocher le han dado un premio por defender el diaconado femenino. Lo he leído porque un amigo me lo ha referido y sacado como tema de conversación esta mañana, tomando un café. Mi postura es algo más radical: ¿Por qué no mujeres «Cardenales»? (al parecer, el cardenal Turkson ya ha hablado en esta línea). Se ha quedado, mi amigo, un tanto asombrado.
Los Cardenales son los puntos de apoyo, las bisagras alrededor de las cuales gira el edificio de la Iglesia. Están al servicio del Papa, le asisten para tratar juntos las cuestiones de mayor importancia; le ayudan en el gobierno cotidiano de la Iglesia universal.
El Código de Derecho Canónico indica que hay que elegir varones que hayan recibido al menos el presbiterado; el Concilio Vaticano II nos enseña también que el magisterio de la Iglesia y el sentir de los fieles (sensus fidelium) saben discernir y acoger lo que es nuevo y refuerza la participación de los fieles en la Iglesia. Dicen que en tiempos de Pablo VI se consideró crear Cardenal a Maritain, que no estaba ordenado: ¿por qué no tener mujeres como consejeras del Papa, entre quienes gobiernan con buen criterio y buen sentido a la Iglesia? ¿Por qué no tener mujeres entre los electores del futuro Papa? Adelanto que a mí me parecería oportuno, adecuado y bueno.
Seguro que resulta más sencillo reformar el Código de Derecho Canónico, que afecta a la institución y no a la «esposa mística de Cristo», que poner en cuestión los fundamentos de la Revelación y de la Tradición. Aquí estoy mirando de frente a la cuestión del diaconado femenino: no se trata de derechos, sino de fe y de obediencia. Sin embargo, impedir el acceso de las mujeres al cardenalato sí que puede estar vulnerando sus derechos. El cardenalato es una institución, no un ministerio, que surge para ayudar a dirigir mejor la Iglesia en cuanto organización: no es algo fundado por Jesucristo ni por los apóstoles, no es sacramental, sí profundamente humano. Por lo tanto, mudable y mejorable. Y las reformas eficaces en las instituciones en cuanto tales son las que se hacen «top down» (desde arriba).
Cuando Jesús se manifestó a los once en la tarde de Pascua, «les echó en cara su incredulidad y su dureza de cabeza por no haber creído a quienes le habían visto resucitado». Eran mujeres. Las mujeres fueron las primeras mensajeras de la Resurrección de Cristo. Pedro, que confirmará en la fe a sus hermanos, vio al Resucitado antes que los demás. ¿Son acaso ambas cosas discriminación?
¿Es discriminación rezar «bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús»? ¿Estamos discriminados los hombres porque el ángel saludara a una mujer, a la Mujer que es la «jefa» de la Iglesia como institución y «tipo» de la Iglesia como esposa de Cristo y madre de la cristiandad?
La Iglesia se ha constituido por decisión de Cristo, de quien emanan todos sus atributos. La Iglesia funciona, para entendernos, de arriba hacia abajo. Intentar construir el edificio de la Iglesia a mano alzada, según las opiniones o intereses de los vientos de la historia, es jugar a ser dioses, es volver a cuestionar a Dios. Quizá así resulte más sencillo comprender qué es el pecado original. ¿Tan poco respeto nos merece el sacrificio de Cristo en la Cruz?
Insisto: me encantaría ver a mujeres entre los Cardenales, aconsejando sabiamente al que, por decisión de Jesucristo, tiene la misión de guiarnos a todos en la Iglesia. Nos ayudarían a mirar las cosas con otros ojos: complementarios, femeninos, sólidos y vestidos de afectos sin pudores innecesarios.
P.D. La cuestión de los Laudes que os comentaba ayer… sigue abierta. Creo que el viernes podré contaros algo.