La esperanza es el sosiego de la paz. ¡Qué niña más bonita! Todavía ¿bebé?, porque dos añitos escasos es bebé, ¿no? Algo más de dos años escapándose de quedar conmigo. Dos años largos conviviendo con su chica. Hace unos cuantos más, pasamos dieciocho meses largos viéndonos semanalmente, sin prisas, sin agobios, abiertos a todo. Él se acercó, de la mano de un buen amigo común, a la parroquia, porque quería recibir el bautismo. Con la vida profesional encarrilada, tío que se viste por los pies, tomando decisiones valientes; enfrentándose incluso a la familia. Precioso el bautizo; fantástico día.
Hemos mantenido la relación por medio de mensajes en días señalados para los dos. Pero no nos veíamos. Esta semana ha aparecido -cuando lo buscas, sale- el momento para hablar largamente: como si no hubiera pasado apenas un fin de semana; todo en orden. Bueno: la niña está sin bautizar, él no se ha casado, cosas de esas que «me vas a ayudar a abordar y resolver, ¿no, Jaime?». «Ya, ya, no me mires así… voy a misa los domingos y trato de llevar a la cría, para que se vaya empapando (me gustan sus expresiones; antes de recibir el bautismo, él llegaba un rato antes de la catequesis para apretarse un rosario). «No es necesario que me digas nada». «Tienes razón en todo lo que estás pensando»: ahí sí que le corté, porque no estaba pensando más que en que qué alegría que tuviera, como siempre, lo que hay que tener para mirarse al espejo y mirar a Dios pidiendo ayuda. Tenemos curro por delante: su chica, aunque bautizada, está muy alejada y, parece que, dolida con la Iglesia: habrá que sacarlo todo, pedir perdón en lo que toque, restañar heridas, si las hay, mantener con firmeza lo que «es como es, porque así lo quiere Dios, así nos lo ha enseñado Jesucristo» y querer mucho. Mucho es mucho.
¿Quién dijo que ser cristiano fuera fácil? Pero, al tiempo: bautizo y boda en el horizonte. Rezad por ello, por ellos, y por mí, por favor.
P.D. Me he saltado todo lo profesional, que iba en el pack, por hacer la versión corta.