Lo de la cabalgata de ¿Reyes? de Madrid da para pensar. Estamos escondidos en nuestras penas y voceando nuestras quejas; pero poco más. ¿Qué nos está pasando?, ¿qué nos ocurre a los cristianos? Quizá cierta “falta de compromiso”. No quiero entrar en sesudas definiciones, pero sí delimitar el concepto: compromiso no es lealtad (una actitud) ni fidelidad (“la permanencia del amor a lo largo del tiempo”), compromiso es disposición a hacer algo. Compromiso refiere a cosas concretas.
Moverse. Actuar. ¿Cómo se manifiesta el compromiso?: ¿Hablan nuestros compañeros de trabajo de nuestro entusiasmo por hacer lo correcto? ¿Se sienten orgullosos de trabajar con nosotros? ¿Pueden identificar claramente nuestra identidad, viendo cómo interpretamos los valores y la misión (propósito) de la empresa (organización) en la que trabajamos? ¿Vivimos realmente según los valores que proclamamos?
Para cumplir con lo anterior, deberíamos tener interiorizados claramente nuestra misión y nuestros valores, y haberlos traducido en “cosas concretas que podemos hacer con clientes internos y externos” (es decir, con las personas con las que nos relacionamos, que necesitan que hagamos algo para seguir trabajando, o que tienen que hacer otro algo para que nosotros podamos continuar con lo nuestro). Los cristianos contamos, por añadidura, con un modelo de recompensa del desempeño: la felicidad de la fe.
Y si eso no “se ve”, no hay compromiso. Nadie dijo que fuese fácil ser cristiano. Con el compromiso, como con algunas otras cosas, no caben los poquitos: hay o no hay, se ve o no se ve. No valen las medias tintas. O sea: un poco de compromiso es como hacer las cosas a medias, no rematar, es ausencia de compromiso.
Puede ser muy difícil no llevar a los niños a ver pasar un carnaval en el que regalan caramelos; pero hay que hacerlo. Puede ser duro no aprovechar aquello que también pagamos con nuestros impuestos; pero, cuando nos ofende, es lo que procede. Quizá debamos empezar a organizar, a lo mejor más humilde y precaria, la cabalgata que podamos pagarnos y no contar con que nos la organicen otros que, además, se van a mofar de nuestras creencias. No es razonable confiar en que los que no piensan como nosotros vayan a actuar de otra manera: las ideologías son como los gases, tienden a expandirse para llenar el espacio del que disponen. Por suerte lo nuestro no es una ideología, sino una religión, y contamos con la asistencia del Espíritu Santo. Pero, hombre, algo nos toca hacer, ¿no? De otro modo estaremos condenados a perdernos en el laberinto de las conveniencias.
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