¡Que difícil es hablar de la muerte! ¡Cuánto duele la de los seres queridos! La vida nos enfrenta a innumerables enigmas y contradicciones, pero nosotros debemos conservar la nostalgia de Dios, el deseo de buscar, de caminar siempre hacia adelante como peregrinos. Dios es para siempre nuestra meta, nos sale al encuentro, nos interpela. ¿Qué buscamos?
Ayer fui al cine con mi mujer y dos de mis hijas. A ver “Belleza oculta”: interesante película, buena de ritmo ―no es fácil narrar despacito sin que parezca lenta―, bien interpretada, buena música. Pero salí confundido, tirando a triste. Y es que la peli parte de una afirmación falsa: que las personas organizamos nuestras vidas alrededor del amor, del tiempo y de la muerte. Yo creo que lo hacemos alrededor de Dios (el Uno), la Verdad, la Bondad y la Belleza, para, buscando la felicidad, preocuparnos por la muerte, el juicio y el destino final. Sí, cielo o infierno. La película es inmanentista, es decir, no mira hacia arriba. Por eso sufren los personajes.
Podemos decir que cualquier planteamiento acerca de la muerte es subjetivo. Pero ¿cómo se introduce la subjetividad en nosotros?: a través de la experiencia. La experiencia es un acto que unifica e integra dos factores: la vivencia de un contenido (objetividad), puesto que siempre experimentamos algo concreto; y la vivencia de uno mismo al vivir o experimentar ese contenido (subjetividad), y que, por lo tanto, unifica desde el principio la objetividad y la subjetividad.
¿Dónde se encuentra la experiencia? En la acción; en lo que hacemos. Es la acción la que revela a la persona ―eso nos enseñaba Karol Wojtyla―: el hombre es persona, es decir, un quién, porque es libre en relación con la verdad. Y la libertad sólo se hace efectiva en la acción. O sea que conocemos si las personas son verdaderamente libres a través del análisis de sus acciones.
Todo este rollo para tratar de explicar lo que mis hijas consideraban una “ida de pinza” o “fumada de peyote” mía al salir del cine. Yo les decía que el protagonista ―qué buen actor es Will Smith― sufre porque no es libre; y no lo es porque mira hacia abajo y no hacia arriba. No busca apoyo en lo trascendente. Cómo actuemos frente al dolor, dependerá siempre de lo humildes que seamos y de la confianza que tengamos ante la Providencia. Lo demás es filosofar en el vacío: con palomitas, nachos con doble de queso, gominolas y bebidas a tutiplén. Gracias a Dios, los años me han curado de la impostación pseudo intelectualoide del “yo no hago esas cosas cuando voy al cine”. Ah, también me gustan el fútbol y el baloncesto. Y digo tacos.