Veo gente sonreír. Y no son personas «que pasen de todo». Son gente normal.
El poder de la sonrisa es una magnitud objetiva, con leyes propias.
Una pasión poderosa la de las sonrisas, más poderosas en el corazón del hombre incluso que la libertad. No es que las personas que no tienen sonrisas no tengan instintos ni pasiones nobles: la sociedad que ellos conciben es aquella cuya sustancia plana han elegido y cuyos actos controlan, pues la uniformidad da a los hombres el gusto por las instituciones. Vivir en estado de enfurruñamiento permanente produce cara de leche agria.
La sonrisa proporciona a las personas placeres que, acercándose a la bondad, sólo se identifican con la pasión de vivir. De ahí que sus encantos se sientan en todo momento y al alcance de quienes queramos acercarnos: los corazones más nobles no son insensibles a su contacto y las almas más vulgares hacen de ellos sus delicias. La pasión que las sonrisas hacen nacer, convierte la bondad en una caricia enérgica y general.