Ahora que empezamos un nuevo ejercicio económico, nos vemos obligados en las empresas a ir revisando el presupuesto que tuvimos que construir a finales del año pasado y que nos fue aprobado por nuestros jefes. Ese presupuesto contemplaba todas las variables que influyen en nuestro negocio, incluso los imprevistos. Y todos los que hemos hecho alguna vez presupuestos, bien que nos guardamos nuestros pequeños «colchoncitos» por lo que pueda pasar…O no?
Es una rutina que ocurre cada año y que cada vez me recuerda más al pasaje del Evangelio en que se narra aquél granjero que va amasando cosecha y guardándola en el granero para cuando le vengan malos tiempos….Y la verdad es que lo que ocurre en la empresa, es exactamente igual con lo que ocurre en nuestras vidas. Los directivos trasladamos nuestras prácticas de empresa a nuestras vidas personales, dándoles ese enfoque economicista que tantas veces nos provoca agobios, incertidumbre, inseguridad, desasosiego…Conseguiré lo presupuestado? Qué pasa si no llego?…
Si realmente tuviéramos Fé de la buena y pusiéramos a Dios en el centro de nuestras operaciones empresariales, no acumularíamos «por lo que pueda pasar». Trabajaríamos a tope, sí; pero no nos agobiaríamos. Confiaríamos plenamente en Él porque sabríamos que nos acompaña en cada tarea que realizamos y en cada actividad que desarrollamos. Os imagináis que en las empresas se funcionara así. Suena muy utópico, no?
Y por qué no empezamos por dar un pequeño paso? Vamos a intentarlo! No nos dé vergüenza! Dígamoslo! No vaya a ser que nos pase como al granjero del evangelio: toda la vida acumulando por si acaso, toda la vida sufriendo por si acaso…y al final, para nada. De qué te vale ganar el mundo (dinero, bonus, reconocimiento,…) si al final pierdes tu alma.