Pongamos por delante que no miré el reloj ni una sola vez en las dos horas que duró Una boda feliz. Y eso, señores, no es tarea fácil, porque a estas alturas de la función tengo un paladar resabiao. Menos
Prometía mucho. La incombustible Concha Velasco, después de sufrir una dura enfermedad, vuelve a su hábitat natural: el escenario. Y llega arrasando con un tema, a priori, maravilloso: una madre y su hijo. La maternidad en estado puro. Y esta vez,
Una, que intenta hacer teatro en sus ratos libres, se da cuenta de que un espectáculo de improvisación es, con diferencia, la batalla más complicada a la que se enfrenta un actor. Es la nada previa, el guión sin guión.
A ver, no nos engañemos. Es un monologazo. Primero, en cuanto al actor se refiere. Raúl Cano -uno de los componentes del grupo Yllana– me agota sólo de verle, y eso que estoy sentada, muy plácida yo, en mi butaca.
Los martes son surrealistas en las noches del Lara. Estamos, no les voy a engañar, ante una obra complicada, seguro que objeto de filias y fobias. Filias para los amantes del teatro del absurdo contemporáneo. Fobias para los más conservadores.
Cuando uno sale por la puerta del Lara tiene una mezcla de desconcierto y buen rollo metido en el cuerpo. Eso es lo que provoca la comedia de Juanma F. Pina, Los 100 hijos del presidente, con la que el director
La resistencia. Ese quizá, sea el tema dominante de la obra y del espacio que la acoge. Nada mejor que dos historias de personas que luchan por sus ideales para que la maravillosa Sala Guindalera apueste para resistir. Cuatro meses
Lo mío ya era una historia de amor. No me hacía falta siquiera entrar por la puerta del Arlequín. La verdad es que lo tenía fácil: se me enamora el alma con todo lo que tiene que ver con África.
En toda sociedad hay un lado sórdido que opera en los entresijos de la ciudad. Formado por hombres con una humanidad tan tibia que son capaces de enterrar la moral y la ética para venderse por un mísero puñado de
Cuando llega a tus oídos la noticia de que un clásico se estrena en Madrid, la predisposición a disfrutar de la obra ya es de sobresaliente. Si, además, te enteras de que es la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico