Dios creó al hombre (varón y mujer) a su imagen y semejanza, iguales en dignidad y llamados a vivir relaciones fundadas en el amor y, por tanto, en el mutuo respeto. El desorden provocado por el pecado original (no, no nos queda tan lejos; todos los días leemos noticias que dejan claro que también nuestra generación cree que sabe más que Dios) altera las relaciones y en lugar de la mutua admiración y donación aparece el afán de dominio, con consecuencias especialmente dolorosas para las mujeres.
En María Santísima se recupera la dignidad original: Ella toma sus propias decisiones (y no precisamente decisiones fáciles o sin importancia), sin necesidad de consejo ni autorización de un varón (ni su padre ni su esposo). Decisiones que no sólo son respetadas, sino que son compartidas y asumidas como propias por José, que la ama como ella quiere y debe ser querida. De la tensión, la lucha, el enfrentamiento, el sometimiento… al amor, el respeto, la admiración por el otro, el deseo de compartir la vida.
Vivir conforme al plan de Dios. Esta es la auténtica liberación de la mujer; y del varón.