La reforma del proceso de declaración de nulidad de matrimonio pone encima de la mesa otra reforma pendiente y necesaria: la preparación y admisión al matrimonio. El comentario generalizado “casi todos los matrimonios que se celebran son nulos” no nos puede dejar indiferentes: no podemos celebrar matrimonios que no lo son, eso no es un servicio a la verdad y es además causa de mucho sufrimiento.
Lo que tenemos que hacer es ayudar a los novios a contraer un matrimonio válido. De esta forma, cuando unos novios se acercan a la Iglesia para casarse lo primero que hay que hacer es alegrarse: ¡qué bueno que os queráis! ¡toda la Iglesia se alegra con vosotros de este amor! Pero el paso siguiente es ayudarles a tener claro si, de verdad, saben lo que piden cuando solicitan casarse.
Si lo que los novios quieren vivir es un amor que les lleva a ser una sola carne (no puedo vivir sin ti); siendo especiales y preferidos uno para otro (fiel); siendo un regalo uno para otro, siempre (indisoluble); viviendo de ese amor que da la vida (amor fecundo), entonces ese amor elegido libre, consciente y voluntariamente es un amor matrimonial (que además entre bautizados es sacramento). La Iglesia es testigo y reconoce ese amor matrimonial y debe ser también ayuda para poder vivirlo.
Pero si no lo quieren así, si los novios consideran que alguna de estas características del amor matrimonial no son un don sino una carga, habrá que profundizar para entenderlo antes de poder elegirlo: lo que la Iglesia propone es un camino, las indicaciones para vivir un amor matrimonial auténtico. Esto hay que decirlo claramente: “Novios, si vuestro amor no es así, será un amor distinto, dará lugar a una relación de otro tipo, pero no será matrimonio”
Mi consejo es: si lo tenéis claro, habladlo mucho entre vosotros para que los dos sepáis que cuando habláis de matrimonio habláis de lo mismo. Si tenéis dudas, habladlo mucho: qué dudas tenéis, qué os provoca esas dudas, qué hay que hacer para que las dudas se solucionen… Y, si no queréis un amor así, habladlo también. No os engañéis a vosotros mismos y, sobre todo, no engañéis a la persona que está junto a vosotros decidida a entregaros la vida entera, porque de esto sólo saldrá sufrimiento.
Y pedid a la Iglesia que os acompañe (acompañemos) en el camino, con el tiempo que necesitéis para entender qué es el matrimonio y poder elegirlo libremente; entonces sí, celebrad vuestro matrimonio como un don de amor definitivo ante la Iglesia, testigo de vuestra voluntad de quereros para siempre, y ante Dios que garantiza con su presencia que vuestro amor es verdad.