Me llega una invitación para asistir a un curso de actualización en derecho canónico. Sé que a muchos os parece una locura pero conocer lo que dice el derecho de la Iglesia es una gran ayuda para vivir el propio matrimonio y para ayudar a otras familias.
En aquellas primeras clases con el P. Diaz Moreno en ICADE, cuando todavía las facultades de Derecho incluían el Canónico en sus planes de estudio, empecé a conocer qué es el matrimonio (“la alianza matrimonial por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue elevada por Cristo Nuestro Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados”, canon 1055) y porqué la Iglesia propone vivirlo de una determinada manera. Es verdad que la regulación legal es un mínimo, después el espíritu (el amor) debe llevar a plenitud la relación. Pero sin ese mínimo, no hay matrimonio.
En esos contenidos jurídicos se apuntaba ya que es posible vivir un amor comprometido, fiel, fecundo, indisoluble. Y que, además, es sacramento.
Algunos lo recibimos como un tesoro; otros, con incredulidad o poniendo en duda todo o parte de lo que oían. Pero a todos, conocerlo nos permitió elegir: ¿quieres o no una relación así? Porque sólo desde la libertad puede surgir el matrimonio.
El derecho canónico me ayudó a elegir y a estar segura de que lo mejor estaba por venir