En 1995, una furgoneta blanca llegaba al basurero de Stung Meancheayl, Camboya, a la hora de la comida. Dentro, una pareja de franceses dispuestos a realizar un viaje inolvidable, lo que ellos no sabían, era que veinte años después seguirían en Camboya
Cientos de niños buscaban entre la basura su almuerzo, alrededor, sólo había montañas de deshechos. Marie y Christian des Paillères se dieron cuenta de que esa era su primera necesidad, «pensaban que cada plato que les dábamos era para repartir entre diez». Mientras los niños se echaban la siesta sobre casi cualquier cosa, los mosquitos y las ratas estaban al acecho de sus presas.
Unos tanques a los que los niños llamaban buldogs rompían el silencio, “vuelta al trabajo” era lo que significaban para los pequeños la llegada de los camiones. Estos buldogs traían la basura de la gente adinerada y los niños con palos buscaban algo que rescatar para luego vender por el precio de vivir “bajo techo”. En Camboya dejas de ser niño desde que das los primeros pasos, justo ahí tienes que pagar a tu familia por un hueco en el suelo donde dormir o algo para llevarte a la boca. Marie y Christian, al ver esta situación se fueron a Francia, dispuestos a volver con algo más que comida, así se creo Por la sonrisa de un niño.
En Francia mostraron lo que habían visto. La situación era tan mala que mucha gente no dudó en donar, y ahí se dieron cuenta de que podían hacer algo más que dar de comer a cientos de niños. Al volver de nuevo a la capital construyeron un colegio para enseñar a los niños que el cepillo de dientes se utiliza para lavárselos y no como pala para rebuscar en la basura. Se pusieron metas altas, querían sacar a esos niños del basurero para siempre. Por eso crearon una escuela. El hecho de dejar a los niños a los 18 años solos no les convencía y crearon escuelas profesionales, «no queríamos una formación pobre para los pobres, sino la mejor formación para los pobres», dijo Christian. Tal fue la implicación de los franceses que los niños los reconocen con papi y mami.
Otro de los retos a los que se enfrentaban era convencer a las familias para que llevaran a sus hijos a la escuela en vez de que trabajaran. Encontraron la solución en ofrecer a la familia lo que ellos perdían por mandar a sus hijos al colegio, la comida. Por cada niño que la familia mande a la escuela recibe una cantidad de comida.
Camboya es un lugar que fue arrasado en los años 70 y 80, asesinando a una cuarta parte de la población. La mayoría sufrieron torturas y la separación de sus familias. Los supervivientes son los padres de los niños, gente con traumas, alcohólicos o drogadictos por el simple hecho de intentar olvidar su pasado.
Papi y Mami han adoptado a dos de esas niñas y viven dentro de la propia ONG en Camboya. En la actualidad, tienen campamentos y sedes por todo el país porque su ansia de luchar por los pequeños no ha parado de crecer desde entonces.
«En la actualidad Camboya progresa y se recupera poco a poco pero parte de la población sigue excluida y ellos son nuestra familia», Papi. Esta pareja francesa ha logrado que muchos niños salgan adelante. En uno de sus viajes a Francia, Marie tenía exceso de equipaje, al sacar el dinero un joven le dijo, «tu me sacaste de uno de los basureros, gracias a ti y a Christian tengo educación, trabajo y una familia a la que alimentar», relata Marie emocionada, «y por gente como esta sigue valiendo la pena vivir lejos de Francia», culmina Mami.