Para que la reinserción sea posible es necesario que la persona sin hogar acepte la ayuda que se le ofrece e imprescindible que cumpla con el tratamiento médico propuesto
La salud se convierte en un factor canalla si vives en la calle. A menudo es un aspecto arrinconado en el laborioso proceso de rescate social del indigente. Aquella siempre tiene la última palabra cuando aparecen los primeros frutos del esfuerzo conjunto del propio ciudadano, los servicios sociales, la Iglesia y los voluntarios.
Cuando la persona sin techo empieza a mostrar signos de querer aceptar un mínimo acompañamiento profesional, la cobertura sanitaria se despliega como un huracán. Médicos y psicólogos son conscientes de la importancia de aprovechar ese momento. Lo cierto es que muchas veces no lo hay. El paso del tiempo es especialmente devastador en esta situación y las posibilidades reales de recuperación disminuyen en progresión geométrica cada estación del año que pasa sin hogar ni arraigo.
La intemperie es implacable. Tiene sus propias reglas y sus propios nombres. Si eres un recién llegado te llaman novato o “incipiente”. Pasados seis meses obtienes el dudoso honor de ser veterano o “habitual”. Más de dos años por las aceras te otorgan el título de crónico o “perdido”. Podríamos pensar que estos sustantivos son aleatorios o inventados al azar, pero no es así. Coinciden y reflejan con gran precisión el camino psicológico que recorre la persona que por uno o más motivos acaba caminando día y noche entre los semáforos, los bancos y los cubos de basura.
El perfil medio actual de la persona desahuciada socialmente en España es el de un varón español y soltero de 36 a 55 años, que ha visto como su vida se rompe tras una relación familiar deteriorada y se encuentra de la noche a la mañana durmiendo en un parque.
Según el estudio elaborado en 2013 por la Fundación Red de apoyo a la integración socio-laboral, basado en estadísticas del INE y en numerosas áreas institucionales de sanidad como la de la Comunidad de Madrid y la de la Junta de Andalucía, la sintomatología se desarrolla generalmente de la siguiente manera:
El impacto emocional que supone la salida del hogar por la ruptura antes mencionada, genera invariablemente cierto grado de shock postraumático. El efecto inmediato es la incapacidad temporal de analizar con rigor la realidad a corto plazo. El sujeto se encuentra durante las primeras semanas “como en una nube”, por lo que pasado ese tiempo se asusta y se bloquea mentalmente al reconocerse así mismo formando parte de “lo más bajo de la sociedad”. Existen abundantes referencias de pensamientos destructivos y estigmáticos propios y recurrentes, especialmente entre la población femenina.
El trabajo y los pocos ahorros restantes se suelen terminar rápido. La consecuencia inmediata es el principio de la pérdida gradual de la propia confianza porque el ser humano necesita sentirse útil y gratificado con asiduidad y a todos los niveles. Aumenta la dependencia de las instituciones de caridad y hoy en día se sabe que esto produce un aumento de la agresividad del individuo porque suele ser víctima de robos con violencia física en los albergues y casas de acogida.
El aislamiento relacional comienza a ser palpable a partir del sexto mes. La precaria situación sanitaria y el escaso control médico abren la puerta a patologías relacionadas con el juego, la bebida o las drogas. Poco a poco se van perdiendo las ganas por salir de esa nueva vida. A partir del año, el desarraigo social del sin techo es casi completo. Las patologías de carácter psíquico empiezan a poder desarrollarse como un simple constipado. En torno a un 40% sufrirá esquizofrenia, psicosis, trastornos paranoides o maniaco-depresivos.
A partir del segundo año comienzan a aparecer problemas respiratorios severos, cardiopatías, apoplejías, dermatitis, osteopatías, tuberculosis, VIH, hepatitis C, etc. Llegados a este estadio aparece una nueva barrera: el paciente normalmente está fuera de la protección administrativa del Estado de Derecho y por ello sin acceso a una cobertura sanitaria ordinaria y recurrente; sólo es atendido como urgencia y por lo tanto no se puede controlar la administración de ningún tratamiento.
La implicación de aquellos que trabajan para evitar estas situaciones en España es encomiable. Somos uno de los países con mayor tasa de éxito en la reinserción.
Manuel Barcina Alonso
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