Jadel está tumbado frente a El Corte Inglés de Sol, en el centro neurálgico de Madrid. Duerme sobre una fina capa de papeles y cartones que no logra resguardarle del frío
La gente pasa por su lado sin apenas girarse. Y los pocos que lo hacen parece que simplemente buscan el morbo de ver ‘’qué le pasa a ese hombre en las piernas”. Después, todos siguen caminando hacia el puesto de lotería o a realizar cualquier compra sin preocuparse de que probablemente él ni siquiera vaya a comer en todo el día.
Jadel contrajo la poliomielitis en Guinea Ecuatorial, su país natal. Es una enfermedad infecciosa que afecta principalmente a su sistema nervioso central, a sus neuronas motoras de la médula espinal. Esta es la razón de la parálisis y la deformidad de sus piernas. Además, una gran atrofia muscular en gran parte de su cuerpo le impide caminar y moverse con normalidad, por lo que se limita a estirar sus brazos para reclamar la ayuda de quienes pasan por su lado.
El virus de la polio es muy contagioso y se transmite muy fácilmente entre las personas por vía respiratoria, oral y fecal. Ya son numerosos los casos de parálisis y muerte en todo el mundo, muchos de ellos personas que, como Jadel, no tenían recursos para poder vacunarse o vivían en una de las regiones incapaces de tratar y frenar los brotes de la enfermedad. Afortunadamente, algo tan sencillo como una vacuna ha logrado descender mucho el número de casos, hasta el punto de que varios lugares del mundo que estaban infectados ya han logrado hacerle frente. Sin embargo, en los últimos años ha aumentado el número de casos en su país, Guinea Ecuatorial, y en otros como Somalia, Siria, Etiopía o Camerún. Lugares en los que ni siquiera pueden permitirse acceder a esta simple vacuna.
Jadel está en una situación tan límite que su enfermedad parece haber pasado a ser una de las cosas que menos le preocupa, incluso siendo consciente de que la poliomielitis no tiene tratamiento. Ahora solo le preocupa tener un techo donde pasar la noche, un hogar donde rehacer su vida. Gente que le cuide. Comida que le proporcione la energía que necesita para que su enfermedad le dificulte lo menos posible.
Sus padres le abandonaron cuando cayó enfermo, precisamente cuando más les necesitaba. Y pasó su infancia con una pareja mayor que le acogió. Pero con el paso de los años, ambos murieron y se quedó sólo. Sin familia, sin amigos y sin recursos, quemó su último cartucho: venir a España.
Debido a su poco tiempo aquí apenas habla español, por lo que seguramente no es consciente del escenario que ha elegido para pedir limosna. Detrás de él destaca un cartel publicitario de un deportista que precisamente luce aquello de lo que Jadel carece: unas atléticas piernas –que cobran millones–. Es difícil entenderle, pero hay palabras que desgraciadamente sabe a la perfección. “Ayuda”, “calle”, “comida”, “solo”. Ahora no tiene nada más que un sombrero con el que pide limosna, tres prendas de ropa y una silla de ruedas que le es imprescindible para poder desplazarse.
Ni ayudas, ni consuelo. Y lo peor es que tampoco le queda esperanza.
Carmen García Turégano
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