Ya nos gustaría a muchos tener la fuerza de Ikiya, que carga con su hermano pequeño hasta la escuela durante once kilómetros todos los días bajo el sol. Lo que daríamos por aguantar hasta tres días sin beber como hace Esekon, que conduce los camellos de la familia sin tomar gota de agua o Sylvia que puede hacer aparecer agua donde sea, aunque el lago esté seco. Cuando nadie le ve, Aleper puede multiplicar la comida y dividirla en partes iguales. En Turkana, Kenia, todos hacen cosas increíbles. Y la Comunidad Misionera de San Pablo les ayuda con proyectos de agua, educación y salud
Al Norte de Kenia, a orillas del lago Turkana, encontramos una de las zonas más pobres del planeta. La escasez de recursos, las duras condiciones de vida y el aislamiento del resto del país hacen de esta región una de las más desfavorecidas del continente africano. Es sorprendente el gran contraste que, a principios del siglo XXI, se sufre en este país africano. Mientras, por una parte, goza de prestigio mundial como destino turístico, por otra, las condiciones de vida de las gentes del norte son absolutamente precarias. La Comunidad Misionera de San Pablo ayuda con proyectos de infraestructura ( agua principalmente) educación y salud.
La actividad de la población comienza con el amanecer y termina a la puesta del sol. El 70 % se dedica al pastoreo nómada, con pequeños rebaños, compuestos por ganado vacuno, cabras, ovejas, camellos y asnos. Se vive al día y siempre en función de las lluvias. Si no hay agua, el ganado, su principal recurso, se muere y el problema de la malnutrición se hace más acuciante.
Los hombres están a cargo de la seguridad física del grupo humano y de los rebaños, mientras que las mujeres se dedican principalmente al abastecimiento del agua necesaria para pasar el día y a la elaboración de productos como carne, leche y otros, además de satisfacer las necesidades de la familia.
Las difíciles condiciones climáticas y la extrema sequedad del terreno impiden el desarrollo de una agricultura variada, aunque gracias a la Comunidad Misionera de San Pablo están desarrollando proyectos de viabilidad agrónoma, a través de los cuales se pueden crear huertos regados con el agua extraída de los pozos.
Los turkana –así se llama a los pobladores de la región del lago Turkana– se dividen en dos grupos: los del bosque, conocidos como Nimonia, y los de las llanuras, llamados Nocuro. Cada clan tiene sus propias señales de identificación para marcar tanto su ganado como su territorio, a fin de moverse por él con cierta tranquilidad. Aunque normalmente las relaciones entre los distintos clanes son buenas, a menudo se crean conflictos a raíz de la propiedad de los pozos y del ganado.
Generalmente viven en grupos familiares, y el awi que es como se denomina su vivienda, está construida básicamente de ramas y pieles de los animales, y suele estar dividida en dos cercados separados. Uno es el napolon, que es el cercado principal donde vive el cabeza de familia con la esposa principal. El otro, denominado abor, es donde viven las demás esposas con sus hijos, así como los hijos casados.
La construcción de los awis se intenta hacer lo más cerca posible de algún punto de agua, o bien un pozo o alguna de las presas artificiales que las ONG han construido por la región. De este modo, se garantizan fácilmente este bien escaso.
Este hecho provoca que distintas comunidades se vayan concentrando en lugares estratégicos con la consiguiente transformación de su ancestral manera de vivir. Adoptan una forma de vida más sedentaria siempre que los pastos para los animales de todas las familias sean suficientes para tan gran número de ganado.
Luisa Sánchez Alonso