La visita que hará el Papa Francisco a Egipto a finales de abril, plantea, una vez más, hasta qué punto pueden producirse cambios en el mundo islámico para hacer posible la convivencia pacífica entre Oriente y Occidente. Para precisar las cosas, habría que hablar mejor de la paz entre el Islam y un mundo occidental que se significa por su relativismo, por no decir apostasía. Es decir, lo imposible… a menos que el Islam pierda también sus valores y admita el relativismo como modo de vida, algo que no va a ocurrir nunca, a pesar de los procesos de democratización que se observan en algunos países árabo-islámicos.
Pero volvamos a la visita del Papa a un país que ha dado la vuelta a la “primavera árabe” para volver al viejo sistema militarista, más o menos disfrazado de aperturista. En los tres últimos años, es decir, desde la caída del islamismo radical que pretendían imponer los Hermanos Musulmanes, se han producido algunos cambios de interés.
En primer lugar, el “rais” Abdelfatah Al Sisi, el “nuevo” Naser, visitó el Vaticano en su primera visita oficial, alarmado por la visión que estaba dando del Islam el terrorismo de Al Qaida y el naciente Daesh. Al Sisi había pedido a la Universidad del Al Azhar que emprendiera una auténtica revolución cultural destinada a “depurar” la enseñanza religiosa de toda interpretación extremista. Dos años después, el jeque Ahmed Al Tayeh, mufti de la prestigiosa institución religiosa sunnita, también visitó a Francisco en el Vaticano para informarle, supuestamente, de las novedades académicas introducidas para suprimir toda invocación coránica a la violencia e invitar al Papa a visitar Al Azhar. Lástima que meses después, en las cercanías de Navidad, se registraran los atentados contra la catedral copta de El Cairo…
El diálogo interreligioso no decayó por ello y hace solo unas semanas, se celebró en El Cairo un simposio cristiano-islámico al objeto de subrayar el total rechazo a la invocación de la religión para matar, tal y como tantas veces ha clamado el propio Papa. La conclusión de estas idas y venidas, que culminarán con el encuentro de Francisco con el patriarca copto Teodoro II, el jeque Al Tayeb y el propio presidente Al Sisi, es el acuerdo de condenar la violencia ejercida en nombre de Dios, o sea, el “yihadismo”.
Ahora bien, aunque el Papa no representa a Occidente ni el jeque cairota representa al al mundo islámico, al menos se habrá dado un paso para dejar bien sentado que Islam es sinónimo de paz, donde no tiene cabida la violencia terrorista. Bueno es creer que, en efecto, el Islam no tiene nada que ver con el Daesh y quienes predican el odio… no solo contra los occidentales sino contra los propios musulmanes llamados “tolerantes”. Pero aquí estamos hablando de entendimiento interreligioso, de la busca de la paz entre dos religiones que tienen como fin común de hacer felices a sus seguidores. Y la felicidad es paz.
Otra cosa, sin embargo, es la política. El Papa no tiene divisiones armadas con ojivas nucleares y los católicos no son beligerantes contra el Islam… ni contra los ateos o apóstatas. Igual ocurre con Al Azhar, aunque este “faro” de la tradición islámica, la “sunna”, si tiene el arma de poder condenar todo acto que vaya contra el Islam.
No quisiera entrar en esta diferencia de matiz, de fondo teológico. Pero si resulta oportuno preguntarse, en todo caso, cuales son las raíces del “yihadismo” –la “guerra santa” inscrita en el Corán- que ha elegido el terror como arma ofensiva y defensiva de los postulados islámicos.
Resulta obvio señalar que el Corán, pese a ser un libro revelado al que no se le pude cambiar ni una tilde, es y ha sido objeto a lo largo de la historia, de una permanente interpretación. Hay quien considera que Islam debe regir todos los comportamientos sociales, políticos, culturales y religiosos. Y quien cree justo lo contrario: que deben disociarse los mandatos coránicos de la vida política. Ahí tienen los ejemplos de Arabia Saudita y, en otro contexto, de Irán, dos teocracias opuestas entre sí pero que han convertido el Corán en una ley absoluta. Los que podríamos llamar “demócratas”, como parte de los tunecinos o de los marroquíes, que permiten la libertad de conciencia, son los menos y los más débiles. Pero existen, y algunos de ellos, como Yadh Ben Achur, “padre” de la transición tunecina hacia la democracia, creen que el teocentrismo terminará por desaparecer aunque todavía nos reserve muchos sobresaltos. Mucha sangre.
Por cierto, añadiré entre paréntesis, que estos días se ha registrado una curiosa “fátua” o sentencia del Consejo Superior de los Ulemas -doctores de la sharía- de Marruecos a propósito de la apostasía. Sabido es que este pecado supone, en la mayoría de los países musulmanes, la pena de muerte o varios años de cárcel para quien lo comete. Pues bien, los sabios marroquíes han interpretado ahora que ese delito debe pasar a la juridiscción civil como una “traición a la comunidad”, algo así como ser desertor del Ejército, y que, por lo tanto, no hay obligación de ninguna ley religiosa para condenar al renegado: “De eso, concluye la fátua- se encargará el Cielo…”
Lo que le importa subrayar es que el fenómeno del “yihadismo”, el que tiene en pie de guerra a Occidente, puede tener o no tener orígenes religiosos, pero resulta absurdo negar sus componentes políticos. El Daesh no odia a Occidente porque sea supuestamente cristiano, ni siquiera porque se haya paganizado, sino por las políticas humillantes que los países occidentales han practicado con sus antigua colonias árabes y, por supuesto, por la mera existencia de Israel.
En su reciente libro “Comprender el Islam político”, François Burgat, uno de los mayores especialistas franceses del mundo árabe, afirma que la única manera de reformar el pensamiento religioso islámico es mediante la pacificación del Oriente Medio, empezando por Siria y Yemen, sin olvidar la devolución por Israel de los territorios palestinos ocupados desde la guerra de los seis días. Dicho de otra manera: no habrá paz mientras no se resuelvan los conflictos suscitados por la política colonial y el expansionismo israelí. ¿Hablamos de algo imposible? Puede que sí, porque Occidente nunca ha estado tan ciego en su política internacional.
Está bien que el Papa vaya a El Cairo, pero estaría acaso mucho mejor que los políticos se ocuparan de hacer justicia… La paz entre las religiones no se pone en duda, aunque a veces surjan malentendidos o suspicacias, como ocurrió con la famosa conferencia de Benedicto XVI en Ratisbona. Pero eso no basta, porque el “yihadismo” va también contra los “suyos”, los musulmanes considerados “sometidos” al Occidente liberal y pagano y que son sus principales víctimas.