Escuché decir estos días al Vicario general del arzobispado de Tánger, Simeón Czeslaw Stachera, que las vallas de Ceuta y Melilla son inhumanas y que, por lo tanto, habría que derribarlas. ¿Estamos de acuerdo? Me gustaría valorarlo desde mi perspectiva de antiguo residente en la antaño llamada “Perla del Estrecho” y de admirador de la ingente labor de la misión franciscana en Marruecos (¡ah, el P. Lerchundi!). P
ero antes me gustaría hacer una afirmación: que sacerdotes y periodistas -especialmente si somos católicos- tenemos una función muy clara en la sociedad: contar la verdad, expresar la Verdad. Con algunas diferencias, claro: el sacerdote tiene como referencia casi única el Evangelio (la Verdad); el periodista católico o simplemente creyente, trata de llevar sus valores éticos y morales cuando cuenta lo que pasa día a día, dándole algún sentido aunque haya cosas inexplicables, como la llamada violencia de género, la propia ideología de género, la pederastia…
Puestos a hilar muy fino, podría afirmarse que ese “todo lo que pasa” (guerras, violencia, fronteras, vallas, movimientos migratorios, debilidades, tentaciones, crímenes, ambiciones, robos, mentiras…) tiene su origen en el Génesis… Pero los periodistas nos somos curas y no vamos a decir que las vallas son consecuencia de una mala política que, a su vez, es el resultado de otras experiencias políticas, que, a su vez…. etc. etc.
Cuando hablamos de lo que pasa, por supuesto, tenemos que recordar algunos antecedentes, pero no podemos contentarnos con explicarlo con el telón de fondo del pecado original, de la notoria falta de caridad, la necesidad de solidaridad, la injusticia, social, etc. Eso lo escuchamos a diario en los sermones. Bien conocemos la doctrina social de la Iglesia y bien seguimos de cerca cuanto dicen nuestros pastores, especialmente el Papa (“el sistema mata…”) que curiosamente coincide, en algunos aspectos, con la “política” que pretenden imponer los nuevos populismos, tal y como antaño lo hicieron sus antepasados nazis o marxistas.
¿Que es necesaria una “política” más justa? De acuerdo. ¿Que unos pocos ricos son riquísimos y muchos pobres son paupérrimos? De acuerdo. Tres empresarios en España ganan tanto como la tercera parte de los asalariados; ocho personas en el mundo ganan lo que tres mil millones. Injusto, inhumano. Hasta en ek Foro de Davos se está hablando de las desigualdades económicas y sociales. Los riquísimos empresarios están viendo las orejas al lobo: saben que de tanto acumular beneficios se están creando situaciones sociales insostenibles. Y tienen miedo, claro.
Bien, ¿cómo lo resolvemos… antes de derribar las injustas e inhumanas vallas? Europa ha mantenido la paz en los últimos setenta años gracias a su paulatina unión, después de dos guerras mundiales y cientos de millones de muertos, con sus consecuencias en forma de totalitarismos, nacionalismos… and so on. Es decir, hemos llegado a un punto de “estabilidad” (no guerra, y bienestar social como meta) a pesar de las evasiones de impuestos, de las promesas incumplidas, de los políticos mediocres. Pero ha llegado la crisis migratoria siria, consecuencia de una guerra civil, de la miopía europea, del yihadismo…Y…
Casi todo esto puede resumirse en que, para que haya más solidaridad y más justicia, los ricos deben ganar menos y los pobres ganar más, en aplicación de la Declaración de Derechos Humanos para no remontarnos a la Redención. La Iglesia aporta su DSI, acompañada de gestos, los del Papa en Lesbos, los del P. Ángel (fotos incluidas para que el testimonio se vea) en su parroquia de San Antonio o la de Manuela Carmena en su ayuntamiento (Welcome, refugees, ¡qué bien queda, verdad!) Me pregunto si nuestro querido vicario, buen amigo por cierto, de Mohamed VI como el llorado misionero arabista y diplomático P. Lerchundi lo fue del sultán Mulay Hasan, podría abrir la catedral de Tánger -o en la hermosa iglesia de Tetúan- y todas las dependencias anexas, a los subsaharianos que llegan hasta Ceuta y Melilla. ¿Se lo permitirían las autoridades marroquíes? Mucho me temo que no. Eso de ”Venid a mi todos los que estáis hambrientos, sin ropa, descalzos, sin techo… que yo os aliviaré” ¿lo podemos llevar a cabo sin cortapisas, dentro de la propia Iglesia?
Pero vuelvo a Davos. ¿Estarían dispuestas las poderosas multinacionales, esas que indemnizan a sus directivos con pensiones millonarios después de haberlos enriquecido con salarios y “bonus” astronómico, a remediar las evidentes injusticias que nos han conducido, de alguna manera, a levantar vallas? Puede que del Foro de Davos salga alguna idea fundada en el miedo, no en la justicia social. Lo dudo. Y mucho más ahora que Donald Trump proclama que lo primero son los americanos. ¿Qué podemos discurrir los periodistas, con el concurso de la Iglesia, para que el conjunto de la sociedad sea más justo… para que no haya vallas?
Predicar y dar trigo, claro. Hay que cambiar la política. ¿Qué cambio? ¿Cómo? ¿Todo el poder para el Estado? La época colonial de la que vienen tantos males que hoy sufrimos, entre ellos las nuevas corrientes migratorias, las guerras de Oriente Medio y, por supuesto, el yihadismo, tuvo también algo positivo, dice algunos tratadistas: al menos, la emancipación de millones de seres humanos, aunque esto es bastante discutible. La explotación inmisericorde de las colonias llevó consigo un despertar de la ambición y las luchas por el poder que siguen su curso “in crescendo”, con el alimento del tráfico de armas… propiciado por las antiguas potencias colonizadoras.
De unos años a esta parte, la colonización la están haciendo China y Arabia Saudi. Estos y algunos otros países que flotan en petróleo, se dedican a comprar tierras cultivables en Africa (se calcula que más de 60 millones de hectáreas) para garantizar su propia subsistencia. Dan trabajo, si, a bajísimo coste, pero se quedan con las cosechas. En fin, el interrogante inicial subsiste: ¿Qué hacer antes de tirar por tierra las vallas? Acaso la pregunta habría que hacerla en sentido contrario. ¿Habrá que derribar las vallas para que cambie la política mundial? Puede que, en el fondo, esa sea la estrategia que persiguen ciertos populismos mientras otros, de signo contrario, prefieres el Brexit y el proteccionismo de Trump. ¿Por dónde empezamos?