¡Cuántos sentimientos encontrados ante la muerte de Fidel Castro! Ahí tenemos el cadáver de quien fue el revolucionario más fustigado y más elogiado desde que echó literalmente al dictador Fulgencio Batista en aquél memorable Fin de Año de 1959. Ahora que los denuestos y las muestras de admiración se multiplican por igual, podría resultar políticamente incorrecto el recuerdo de la admiración que el gallego Fidel sentía por el gallego Franco, de quien conserva una foto en su casa natal de Birán.
Si, Franco y Fidel se respetaban mutuamente al extremo de que el dictador español nunca quiso romper relaciones con Cuba a pesar de las presiones de Estados Unidos. Españoles y cubanos hemos coincidido, durante un tiempo, en la aversión hacia Estados Unidos, desde que el hundimiento del navío de guerra “USS Maine” en el puerto de La Habana fue utilizado por el magnate Randolph Hearst para provocar la pérdida de Cuba y se abatiera sobre España el desastre de 1898. No deja de resultar curioso que Fidel Castro llegase a interiorizar el sentimiento de humillación que significó para España aquél episodio -origen de la independencia de Cuba- que llegó a considerar su rechazo al imperialismo de Estados Unidos como una especie de restitución del honor de España, injustamente acusada del hundimiento del acorazado norteamericano.
Historia pasada, claro. Hoy, en la España democrática, quienes rinden los más encendidos homenajes a Castro son los viejos y los nuevos comunistas de Podemos, que solo saben de Historia lo que les mueve a destruir nuestro sistema de libertades: el odio a la “casta”. También resulta llamativo que estos revolucionarios que han soñado -y sueñan- con hacer de España otra Cuba comunista, se preocupen ahora de advertir al Gobierno español contra la tentación de influir en un cambio democrático en la isla y de su obligación de dejar al pueblo cubano decidir sobre su futuro.
¡Caramba! No sé exactamente si Pablo Iglesias, que así se expresa, tiene en cuenta a los cubanos exiliados, a los que viven en la miseria a pesar de la revolución… En España han sido los españoles los que hemos decidido que el comunismo no nos gobierne, pero a los ”podemitas” no les ha gustado nada que Rajoy -¡oh, la derecha!- sea investido presidente y hacen todo lo posible para hundirlo como si fuese el “Maine”… Ya están exigiendo una huelga general para hundir la economía, paso obligado para hacerse con el BOE.
No vayamos más allá. Fidel ha muerto, pero queda Raúl. Y cuando le llegue la hora a Raúl, quedará el Ejército y el Partido Comunista Cubano, que seguirán siendo los dueños de la isla. La pregunta obligada es cuánto tiempo le queda todavía a la revolución castrista una vez desaparecidos los emblemáticos dictadores y si los cubanos serán capaces de aceptar pacíficamente la revolución de la libertad.
En este contexto no puede olvidarse el papel que viene desempeñando la Iglesia cubana, con tanta paciencia como rigor, en la mirada de Raúl Castro a la realidad del callejón sin salida en que se encontraría Cuba de no abrirse al mundo. Y menos aún puede quedar en segundo plano la repercusión mundial de aquél inolvidable encuentro de Juan Pablo II y Fidel Castro que, en definitiva ha hecho posible la decisiva mediación del Papa Francisco en el restablecimiento de las relaciones de Cuba con Estados Unidos. ¿Quién recuerda ahora que Fidel se educó en un colegio de jesuitas, aunque luego abandonase la fe católica?
En fin, no pasará mucho tiempo, pese a Donald Trump, hasta que se levante el embargo que tanto ha contribuido a la pobreza de Cuba… y a la consolidación de la dictadura castrista. El gran pecado que cometería ahora el mundo con Cuba sería impedirle la reconciliación pendiente. Adiós, Fidel. Bienvenida la libertad.