¡Vaya si está cambiando el mundo! El Papa Francisco nos dice que son los comunistas los que piensan como cristianos; un odiado millonario peleado con la élite washingtoniana, llamado Donald Trump es elegido presidente de la nación más poderosa del planeta;y el hombre que más sabe de las finanzas mundiales, Michel Camdessus, hace un llamamiento en Madrid a una revolución de santidad para resolver las crisis que padecemos…A una escala más pequeña pero llena de simbolismo, todo un hijo de papá convertido en especulador inmobiliario, se alza con la secretaría general madrileña del populista Podemos, tras soportar una tremenda campaña mediática de desprestigio personal, como el mismísimo Trump. Para colmo, ahí tenemos a un sesudo asesor del ayuntamiento de Madrid, Eduardo Garzon, hermano del “auténtico” Garzón, el gran aliado de Pablo Iglesias, afirmar que la izquierda tiene muchas cosas en común con el capitalista Trump. ¡Todo eso en el espacio tres días!
¿Qué nos puede ocurrir dentro de unos años, es decir, mañana mismo? Camdessus lo advierte en el Congreso de Católicos y Vida Pública: nuestros hijos tendrán que hacer frente al galopante envejecimiento de una decadente Europa, a una presión migratoria que ríanse ustedes de la que vivimos hoy mismo y, lo que acaso sea peor todavía, a la incapacidad de los políticos para entender la dimensión de las crisis que padecemos. ¿Qué hacer? De toda esta tormenta de ideas podría deducirse que el mundo girará en torno a tres ideas fijas: ser santos, ser comunistas y ser “trumpetistas”, todo al mismo tiempo.
La santidad, es obvio, nos debería conducir a una revolución de la fraternidad (mejor dicho, de la caridad), lo que tantísimas veces han dicho los Papas en las últimas décadas sin que se hayan enterado los marxistas “fetén”, los que querían todo para el Estado, incluido el pensamiento. Francisco no se ha referido, obviamente, a ese comunismo soviético. El comunismo contemporáneo, idealmente comparado con el cristianismo, podría ser el instrumento político para obligar a la gente a ser “santos”, a compartir lo que tienen con los más pobres. Y, por último, el “trumpetismo” vendría a unificar todo lo anterior con el capitalismo populista. ¡La cuadratura del círculo, mucho más perfecta que la lograda por el comunismo capitalista chino!
Todo lo cual significa, en pocas palabras, enfrentarse con lo que llamamos “sistema”, denunciado precisamente por Francisco como un sistema que mata, que sacrifica al hombre en el altar del dinero. ¿Y donde queda el neoliberalismo que nos ha plantado ante la crisis desencadenada por la codicia de los “poderosos”? Vistas las cosas con simpleza, se queda en lo que está: en la agonía.
Aquí la pregunta es cuánto puede durar esa agonía, si es que de verdad agoniza. No soy demasiado optimista al respecto. El “sistema” ha sido posible porque, la codicia se ha “democratizado”, está muy repartida en el mundo: todos queremos dinero, con la ilusión de ser más felices. Paradójicamente, los que ya son ricos, riquísimos, se desviven por tener mucho más. El dinero llama al dinero. Y ganar tanto dinero significa quitárselo a los que no lo tienen. Esta diabólica espiral ha podido funcionar por una sencilla razón: la corrupción. Pero no la corrupción del codicioso que se beneficia con los favorcitos que hace a otros màs codiciosos, sino la corrupción que ha traído el pensamiento único, el laicismo, la ideología de género y, en definitiva, el olvido de la muerte y de Dios. El “sistema” ha logrado corromper el alma humana. Solo que, como bien dice el refrán, la codicia rompe el saco.
Ahora tenemos a Trump, prometiendo lo mismo que los populismos de izquierdas y derechas que recorren la vieja Europa: repartir el dinero entre los damnificados de la crisis económica. Resulta curioso que, persiguiendo la misma meta, unos quieran subir los impuestos y otros bajarlos; unos expulsar a los inmigrantes ilegales y otros abatir las vallas fronterizas; unos dar marcha atrás en la globalización y otros ampliarla más aún… Son paradojas del populismo que, en el fondo, solo quiere alcanzar el poder. La gente quiere creer, después de tantos años de desconfianza en los políticos del “sistema”.
Pero lean lo que ha dicho Francisco a las gentes sin techo: que tengan pasión por salir adelante y sueñen con que el mundo puede cambiar. Y aquí, otra gran paradoja que no ha dejado de recordar el Papa: la pobreza está en el corazón del Evangelio. Lo que no ha entendido el mundo todavía es que la pobreza no significa vivir en la miseria, sin techo ni trabajo, sino en vivir desprendidos de la riqueza. Por ahí empieza esa revolución de la santidad que un laico como Camdessus, reclama para acabar de una vez con la corrupción que nos ha traído el relativismo… de la izquierda y de la derecha. Tengamos, pues, pasión por cambiar las cosas.