Después del esperpéntico mandato de Sánchez como Secretario general del PSOE, nos encontramos en pleno juego de las adivinanzas. ¿Qué decidirá la comisión gestora presidida por el asturiano Javier Fernández? Si finalmente se impone la abstención por la mayoría de los “gestoristas” (léase anti-sanchistas) ¿cuánto tiempo durará un nuevo gobierno de Mariano Rajoy? ¿Cómo ejercerá la oposición el “nuevo” partido socialista para impedir que Pablo Iglesias sea quien la lidere en el Congreso? Y, sobre todo ¿qué alternativa ideológica asumirán los nuevos dirigentes del PSOE, una vez superado el muro del “no” a la derecha?
Caben más preguntas, claro. Por ejemplo, la situación de crisis que vivimos desde hace diez años, -más allá de los recortes, la corrupción, la desigualdad, etc.- está teniendo ya como secuela una clara amenaza que se cierne sobre el conjunto de la sociedad: la ruptura de la convivencia social. surgida de la Transición y de la ley de amnistía, derogada de hecho por la ley de “memoria histórica” de Zapatero. ¿Cómo recomponerla?
Más aún: ¿se va a “despodemizar” el PSOE o, todo lo contrario, se inclinará más a la izquierda, como ha ocurrido con el laborismo británico de Jeremy Corbyn, tan aplaudido por Sánchez?
Ya ven: el juego se amplía a medida que se despejan la incógnitas y renuncio a jugarlo. Ahora bien, conviene introducir algunos elementos de juicio para entender, al menos, parte de la realidad que vivimos. Y me atengo a hechos concretos. “Podemos” existe como consecuencia de la radicalización de una parte de la sociedad -la “gente de la calle” como le gusta decir a Pablo Iglesias- fruto de la crisis económica.
El problema del r4cien llegado Pedro Sánchez, que solo dedicaba más tiempo a mirarse en el espejo que en ver otra realidad, consistió en enfrentarse a un dilema: o reconocía las causas de la crisis económica y justificaba la austeridad impuesta por Bruselas, automáticamente asumida por Rajoy o, simplemente, se dedicaba a atacar a la “derecha” hasta llegar al insulto personal, para impedir que “Podemos” se hiciera con la hegemonía de la izquierda. Para llegar a La Moncloa, no bastaba con ser guapito de cara.
Se trataba, en realidad, de un dilema falso. ¿Qué hubiera hecho el PSOE tras la marcha del funesto Zapatero? Exactamente lo mismo que Rajoy o, peor aún, hubiese dejado actuar sin barreras a Bruselas para que España sufriera un rescate al estilo griego. Pero Rajoy tuvo otra idea que, ahora se ve, fue casi suicida: tratar de impedir por todos los medios el “rescate” que hubiese significado la bajada de los salarios y de las pensiones, la bancarrota del sistema financiera, el “corralito”… Para lograrlo había que inventarse otro sistema menos traumático: la austeridad en el gasto público para disminuir el déficit y recuperar el crédito exterior, es decir, los famosos recortes, en la esperanza de que pasados dos años al menos, empezara a mejorar la economía.
¿Acertó Rajoy? A medias, esa es la verdad. Lo lamentable es que el PSOE de Sánchez haya tratado de gobernar sin ofrecer otra alternativa que arrojar a Rajoy por la alcantarilla de la historia… y unirse a Podemos además de rendirse ante los separatistas.
Pero, bueno, todo esto ha pasado ya. Ahora empezamos el juego de las adivinanzas, con la pregunta obligada de qué puede ofrecer el PSOE a la sociedad española cuando no tiene alternativa económica que sustente su preocupación social que es, oh paradoja, la misma que tiene el Partido Popular. ¿Qué diferencia hoy la supuesta izquierda con la supuesta derecha? Prácticamente ninguna. Hay que irse a “Podemos”, como ha pretendido Sánchez, para encontrar una supuesta alternativa: la rebelión de las masas, la revolución como palanca para cambiar el sistema económico socio-liberal que impera en Europa.
Ahora bien, hay que preguntarse cómo mejorar la vida de los ciudadanos en paro o con empleo precario si no hay dinero siquiera para asegurar las pensiones. La fórmula podemita consiste en sangrar a los ricos, a los grandes empresarios, “culpables” de la crisis. Pero ¿se puede mantener así el Estado del Bienestar surgido de la II Guerra Mundial? ¿O más bien se pretende “sovietizar” la sociedad y dejar que el Estado se adueñe de todos los medios de producción?
Siguen las adivinanzas. Pero déjenme decirles que Europa tiene ante sí el reto de liderar ahora un cambio necesario si no quiere que crezcan los populismos de izquierdas y de derechas y arrasen el viejo continente. Un ejercicio que le vendría muy bien a la Comisión Europea, a lo que llamamos “Bruselas” y, por supuesto, a todos los que tienen responsabilidades de gobiern: leerse las encíclicas “Caritas in veritate” de Benedicto XI y “Laudatio si” de Francisco. Y mejor aún nos vendría su lectura a los ciudadanos, los de coleta y los de corbata.
Todo empieza por reconocer la verdad del hombre y buscar con ahínco dónde está el bien común, cómo aplicar la justicia social y una mejor distribución de la riqueza. Les invito a leer este parrafito de la primera de las encíclicas citadas, escritas en plena eclosión de la crisis, cuando todavía la ignoraba Zapatero: “»El objetivo exclusivo del beneficio, cuando es obtenido mal y sin el bien común como fin último, corre el riesgo de destruir riqueza y crear pobreza». Ya lo estamos viendo…