¿Estamos en las puertas de una nueva crisis económica y política mundial de consecuencias muy superiores a las que hemos conocido hasta ahora? Puede que sí, puede que nol. Pero de ser ciertas, ríanse del “Brexit” y trónchense con la aparición de los neomarxistas y neonazis que retozan por Europa, en espera de darse un festín de poder. Lo que viene puede ser mucho peor, aunque todavía solo se perciben señales que apenas han llegado a los grandes medios de comunicación y, menos aún, a nuestro aborregado país.
Estos días se ha recordado, sin demasiada estridencia, aquella fecha fatídica del 11-S que “cambió el mundo” hace quince años. Cierto, que muchas cosas han cambiado, entre ellas la emergencia del Daesh, las “primaveras” árabes, la guerra de Siria y la subsiguiente crisis migratoria que ha dejado a Europa con sus vergüenzas al descubierto. Pero el “cambio” sigue y acaso todavía quede lo peor por llegar.
La primera señal nos llegó en mayo pasado, procedente del Senado de los Estados Unidos, donde se aprobó un proyecto de ley que permite a las víctimas del 11-S demandar al Gobierno de Arabia Saudita, considerado “culpable” de los ataques contra la Torres Gemelas y el Pentágono además del accidente provocado de un cuarto avión de pasajeros. Como es bien sabido, la mayor parte de los autores de aquellos atentados eran saudíes. Pero ¿fue la familia real saudí su inspiradora? Realmente, no se sabe… aunque se sospeche. A fin de cuentas, casi nadie duda ya de que el Gobierno saudí fue uno de los principales financiadores de Al Qaida… a pesar de estar amenazado por Oasama Ben Laden en persona tras la liberación del invadido Kuwait, por haber permitido una base de “marines” en “tierra santa”.
Recordar toda esta historia, en la que está involucrada buena parte de la comunidad internacional, puede resultar muy entretenido. Incluso divertido. Sobre todo, las causas de la invasión de Kuwait por Saddam Husein y la guerra previa de ocho años entre Irak e Irán tras la aparición en escena del ayatolá Jomeini. Pero el caso ahora es que ese proyecto de ley aprobado por el Senado norteamericano y que lleva por nombre “Justicia contra los promotores del Terrorismo”, ha sido ratificado por el Congreso y que el todavía presidente Obama ha decidido vetarlo ante las amenazas del Gobierno saudita de retirar todos sus activos depositados en Estados Unidos (750.000 millones de dólares), además de otras represalias que pagarían especialmente todos los aliados de Washington, sobre todo Europa.
Obama, que ya visitó Riad la pasada primavera en una especie de viaje de despedida de los principales “amigos” de Oriente Medio, está lógicamente horrorizado por las consecuencias de una ruptura de la fructífera alianza de su país con la familia real saudita, principal soporte de la pujanza económica occidental, basada en el petróleo. La retirada del dinero saudí de los bancos americanos sería, además, un grano de anís en comparación con la escalada de decisiones que puede tomar el Gobierno de Riad, en especial si reanima a la exangüe OPEP elevando el precio del petróleo a niveles de los años 90. Es decir, se acabaría el petróleo barato que ha amortiguado la crisis de estos últimos diez años y ya veríamos qué pasaría con la guerra de Siria y el propio Daesh.
Aunque los saudíes están oficialmente implicados en la guerra contra el califato terrorista, no puede olvidarse que, desde primer momento, ha respaldado económicamente a los grupos rebeldes que tratan de derrocar al Bachar el Asad, incluidos los más próximos al Daesh… como ha hecho el propio Estados Unidos hasta hace pocas semanas, todo un paradigma de su miopía diplomática.
Otro factor a tener en cuenta es la repercusión del previsible veto de Obama en la campaña electoral norteamericana. Es obvio que Hillary Clinton se opondrá también al proyecto de ley, pero ¿hará lo mismo el odiado candidato republicano Donald Trump? Más aún: ¿podría beneficiar esta ley -aprobada por unanimidad en Senado y Congreso- las aspiraciones de Trump? Dejemos las especulaciones aparte. El hecho es que, en los próximos días, Obama tendrá que tomar una decisión -es decir, el veto a la ley- y que después las dos Cámaras tendrán que volver a votarla, con la exigencia de reunir las tres cuartas partes de votos favorables, para lo cual no parece haber dificultades…
El problema que se plantea no solo obedece a la amenaza saudita de tomar represalias por lo que considera una injerencia exterior y un desprestigio para la monarquía. En el contexto hay que incluir la pugna por la hegemonía regional que enfrenta a Irán con Arabia Saudita, la guerra que este último país mantiene en Yemen para debilitar la influencia iraní en la zona y, por supuesto, los cambios estratégicos que pueden producirse en la región con el anuncio añadido de Al Qaída de atacar de nuevo a Estados Unidos. Sin olvidar, además, el poder espiritual que ejerce Arabia Saudita a través de su radical doctrina wahabita infiltrada en toda Europa gracias a las mezquitas y predicadores que subvenciona.
En todo caso, el famoso proyecto de ley solo tiene como finalidad que la justicia norteamericana pueda investigar hasta donde llega la responsabilidad de Arabia Saudita en los atentados del 11-S. Otra cosa es la inevitable impresión de cobardía que dará Estados Unidos si, finalmente, se mantiene el previsible veto de Obama con la consiguiente reacción del electorado en el ya cercano mes de noviembre.
Solo estamos en el comienzo de una crisis en la que, una vez más, lo que entra en juego son los intereses económicos y empresariales. Pero sería deseable que en ese juego entrara también, como actor principal, la lucha contra el terrorismo yihadista, y, en definitiva, se pusiera fin a la hipocresía occidental que ha supuesto la alianza con el radicalismo wahabita subvencionado con las ventas del petróleo y que se ha extendido por todo el mundo occidental. Al menos en Francia y Alemania ya se están tomando algunas tímidas medidas para expulsar a los predicadores extremistas y cerrar las mezquitas donde captaban a los militantes de la Yihad. Es curioso observar cómo, en definitiva, para poder disponer de petróleo, nuestro civilizado Occidente no ha dejado de financiar la guerra contra la democracia y la libertad religiosa, las grandes enemigas del reino saudí…