Tratemos de poner un poco de racionalidad en este teatro del absurdo que nos ofrecen nuestros bien pagados congresistas, desde el pasado mes de diciembre. Para empezar, dejemos sin palabra al pobre diablo de Sánchez. Que siga sus vacaciones. Y vayamos a Mariano Rajoy.
El presidente del Gobierno en funciones se cree muy legitimado para sacar pecho por su trabajo en la anterior legislatura: ha empezado a sacar a España de la crisis y bla, bla, bla. Vale. Ciento treinta y siete escaños y 180 enemigos que lo quieren fulminar. El éxito también mata… Pero supongamos todo lo contrario: que a pesar de su mayoría absoluta en la anterior legislatura, Rajoy hubiera apelado a Bruselas para que “rescatara” finalmente a España. ¿Qué hubiera pasado? Muy simple: basta con ver el ejemplo de Grecia.
La Unión Europea hubiese obligado a Rajoy a bajar las pensiones y los salarios, a reducir el aparato administrativo, a subir impuestos, a restringir los créditos, a limitar el gasto público para reducir a la fuerza el déficit, etc. Por supuesto, los intereses de la deuda se hubieran disparado, la sanidad se hubiese privatizado, el copago hubiera sido mucho más elevado y, por supuesto, la famosa prima de riesgo hubiera saltado a las nubes. Pero, a fin de cuentas, Bruselas hubiera impuesto lo mismo que el propio Rajoy no tuvo más remedio que imponer, pero con mucho más rigor y, sobre todo, con menos desgaste para el propio Rajoy.
Nos hubiéramos enterado así de que aquí, quien manda de verdad, no es el Gobierno ni sus mayorías parlamentarias, sino Bruselas, los socios de la UE que pactaron las políticas de austeridad para mantener el valor del euro y el equilibrio económico. Por otra parte, Rajoy que, en definitiva, tan solo se hubiese hecho eco de lo que pedía el propio PSOE -¡qué vista¡- hubiera tenido tiempo para dedicarse a otras cosas. Por ejemplo, a cumplir las promesas electorales referidas a la regeneración moral de España. Y, además, la Generalidad de Cataluña no hubiera tenido más remedio que acatar los recortes dictados por Bruselas de manera bien visible, y hubiese contenido sus sentimientos separatistas. ¿No quieren ser tan europeos?
En otras palabras, Rajoy perdió la ocasión de enseñar a los españoles lo que es austeridad de verdad y, además, se hubiera lavado las manos ante sus electores… y los de los socialistas. Acaso no hubiera sido posible contener la aparición del populismo. Y también se habrían levantado voces para pedir la salida de España de la Unión, como ha ocurrido en Gran Bretaña. Incluso se hubiesen limitado los casos de corrupción, porque los corruptos venían de lejos, de la época de la burbuja inmobiliaria… Pero Rajoy no hubiera esperado a que el Tribunal Constitucional fallara sobre la anulación de la reforma de la ley del aborto porque habría actuado, sin perder el tiempo haciendo números con Montoro y De Guindos.
Todo esto son futuribles, ciertamente. No han ocurrido… porque Rajoy se tomó en serio su trabajo al creerse obligado a sacar España del abismo al que la había arrojado Zapatero con su sonrisa bobalicona. Así que ahora estamos pagando las consecuencias… de que Rajoy no se echara a dormir la siesta como le reprochan paradójicamente sus adversarios, convertidos en enemigos tras el renacimiento de los odios por mor de la ley de “memoria histórica”.
Een definitiva, España se desangra hoy como consecuencia del éxito de Rajoy. ¿Y qué nos mereceríamos? Pues que el caradura de Sánchez fuese capaz de formar un gobierno alternativo, con Podemos, los separatistas y, quien sabe, si con la abstención de Ciudadanos. Altura de miras llama Sánchez a ese experimento. De esta manera, al menos, los españoles –y españolas, y españolis que Sánchez no cita, por cierto, en una flagrante discriminación de género…- nos daríamos cuenta de cómo se vive con el odio a flor de piel. Y acaso aprenderíamos algo sobre lo que significa “progreso” para el “líder” de la todavía existente oposición. Nos hemos ganado la lección.. y el rescate, que vendrá de todas formas…