A todas luces, el “hombre fuerte” del PSOE se llama Luis Bárcenas, el único que puede derribar a Mariano Rajoy, cargarse al Gobierno en funciones y, en consecuencia, abrir la cuenta atrás para nuevas elecciones al margen de la debatida cuestión de investidura.
Bárcenas, si, Barcenas y sus papeles, sus ordenadores –que no eran suyos sino del partido al que “servía”- y su cuenta en Suiza de la que, por cierto, nadie habla ya. ¿Importa mucho que Bárcenas haya estado en la cárcel, que sea sospechoso de haberse lucrado con los fondos del PP? No, eso no importa ahora. Sánchez se ha dado cuenta de que su “no” a Rajoy puede costarle una nueva derrota en las urnas y se ha acordado de Bárcenas como tabla de salvación, su gran pretexto para justificarse ante el electorado.
Al margen de lo que diga en su día la Justicia –eso no cuenta- Sánchez quiere llevar a Rajoy al “banquillo de los acusados” del Congreso, con Bárcenas como testigo acusador de la supuesta financiación ilegal del que fuera su partido.¿Se figuran a toda la cúpula del PP desde los tiempos de Aznar, con las fotocopias de aquellos papeles mojados de Bárcenas como prueba irrefutable sobre la mesa de sus jueces parlamentarios? Ese es el espectáculo que nos tenía reservado el PSOE para justificar su “no” a Rajoy.
Lo curioso es que Sánchez haya llegado tarde para presentar “su” comisión de investigación. Se le anticipó el presidente de Ciudadanos con su ultimátum a Rajoy, los famosos seis puntos previos a cualquier negociación, que el PP terminará por aceptar. Lo que ocurre es que la comisión de investigación solicitada por Ciudadanos pudiera tramitarse a lo largo de una hipotética legislatura, mientras que Sánchez hará todo lo posible para que la suya se debata antes de que se disuelvan las Cortes, porque ya no parece posible la formación de un gobierno, aun cuando Ciudadanos se pase de la abstención al “si” a Rajoy.
Sánchez solo quiere fulminar a Rajoy y colgarle el baldón que algún fiscal evitó que recayera sobre Felipe González (no se puede juzgar a un presidente del Gobierno para “estigmatizarlo” ¿recuerdan?), sino que sueña con vengarse del ridículo papel que hizo con su fallida sesión de investidura.
El “no” de Rajoy a la ambición suprema de Sánchez de sentarse en La Moncloa, es, en realidad, la única explicación del “no” socialista al líder del PP. No lo ha dicho expresamente, pero puede leerse en sus labios cada vez que repite ese “no” tan cansino: “Mi venganza será terrible”. Todo el sentido de Estado de Sánchez se encierra en ver a Rajoy humillado en el Palacio de las Cortes.
El resultado de ese desquite –algunos políticos entienden así la grandeza- será la repetición de las elecciones. Y, como es natural, toda la campaña electoral de Sánchez, -si antes no es expulsado de Ferraz con una buena patada en el trasero- se centrará en Bárcenas, en los papeles de Bárcenas, en la contabilidad “b” de Barcenas, en los ordenadores de Bárcenas despezados a martillazos, en los sobresueldos que Bárcenas pagaba a escondidas…
Si, ciertamente Luis Bárcenas no solo se ha hecho rico con los donativos que supuestamente fluían por su despacho de Génova, sino que se ha convertido en la gran baza de la estrategia socialista para derribar a Rajoy de su pedestal de superviviente. ¡Qué importa lo que eso cueste a España! Una multa de seis mil millones de euros impuesta por Bruselas es una bagatela para los grandes proyectos que Sánchez nos reserva si algún día llega a La Moncloa del brazo de quien sea. Lo que importa ahora es el escándalo, el espectáculo, el hundimiento de Rajoy. ¿O será el despeñaperros de Sánchez? Pronto lo sabremos.