Cuando hace cinco años Sudan del Sur celebró su independencia, después de más veinte de guerra contra Sudan, el nuevo país, orgulloso de sus raíces cristianas y animistas, parecía el más feliz del mundo, con sus inmensas reservas de petróleo que le aseguraban un futuro de prosperidad casi eterna.
Era un puro espejismo. Estos días, el Papa Francisco se ha visto obligado a enviar a Yuba, la capital, al presidente del Consejo Pontificio de Justicia y Paz, cardenal Peter Turkson, con un apremiante mensaje al presidente Salva Kiir, pidiéndole que hiciera todo lo posible para alcanzar un acuerdo con su rival y vicepresidente Riek Machar y cesaran las matanzas en el país.
¿Qué pasa en el prometedor país más joven del mundo? Pues ocurre algo peor que una guerra civil: la rivalidad y desconfianza mutua entre el presidente y su vicepresidente que se hicieron visibles hace poco menos de tres años con una serie de matanzas de la población civil y que arroja ya más de cincuenta mil muertos. Riek yMachar, en realidad, no se pueden ver desde que luchaban juntos contra el poderoso Sudán islámico. Entonces ocultaban sus sentimientos ante un enemigo común. Pero después de la muerte del que era líder indiscutible de la guerra de independencia, John Garang, víctima de un sospechoso accidente de helicóptero, y, sobre todo, tras alcanzar la anhelada victoria contra el opresor del norte, los dos hombres, cada uno con sus propios seguidores, guardaron las apariencias y se pusieron de acuerdo para gobernar…
Todo parecía prometedor… hasta que dos años más tarde estalló su rivalidad en la forma de ocupación sucesiva de poblados cuyos habitantes -dinkas progubernamentales por una parte y nuers simpatizantes de los rebeldes por otra…- eran violados y masacrados de la forma más cruel que pueda imaginarse, incluido el canibalismo obligado. Un informe de los servicios franceses de inteligencia habla de decenas de personas encerradas en contenedores hasta que morían literalmente asados al sol… Más de dos millones se han visto así obligadas a huir de sus pueblos para instalarse en los pantanos del Nilo Blanco, donde la malaria, el cólera y otras enfermedades, los están diezmando con tanta eficacia como la de los ejércitos rivales que, paradójicamente, apenas se han enfrentado entre sí.
Para mayor vergüenza de la comunidad internacional que tanto influyó para que el país pudiera independizarse, nadie interviene ahora, ni siquiera la ONU, para impedir el suministro de las armas más sofisticadas a las partes enfrentadas, bien dotadas de dinero contante y sonante procedente del petróleo. “De nada serviría dejar de venderles armas”, llegó a comentar cínicamente un diplomático ruso.
A mediados del mes de julio, a raíz del quinto aniversario de la independencia, de la visita del cardenal Turkson y de la mediación de la organización de la Unidad Africana, Riek y Marchar declararon una tregua -la tercera en dos años- en un nuevo intento de negociar la paz. Pero casi nadie cree que llegará el día en que cesen las rivalidades entre los dos hombres fuertes y las tribus ancestralmente enfrentadas.
No solo el petróleo está por medio sino la sed de venganza que todavía anida entre el régimen dictatorial del poderos norte islamista que, obviamente, se ocupa de atizar los odios tribales y la inestabilidad de este pedazo de tierra africana, más grande que España, que se desgajó del viejo imperio nubio…