El intento del golpe de Estado en Turquía no ha sorprendido demasiado ni a los turcos, ni al presidente Erdogán ni acaso a sus aliados de la OTAN, empezando por Estados Unidos, que han puesto el grito en el cielo ante el acto de fuerza de una parte del Ejército. Lo sorprendente es que esa facción militar fracasase en pocas horas ante una evidente falta de organización que no se entiende muy bien en lo que, hasta hace unos años era la columna vertebral del Estado: el kemalismo.
Las sucesivas victorias electorales del partido islámico de Tayip Erdogán, especialmente la del año pasado en la que obtuvo la mayoría absoluta con más del 50 por ciento de los votos, han dejado al Ejército en un plano muy alejado de la agitada vida política turca, inclinado ante la fuera creciente de un islamismo “a la turca” que, en cierto modo, se había convertido en el modelo soñado de los países árabe: la combinación de la democracia con la práctica acentuada de las costumbres islámicas. Por lo contrario, en el seno del Ejército no ha dejado de suscitar admiración el “modelo egipcio” que, en buena medida, y como paradoja, ha venido a seguir ese añorado kemalismo en el momento en que el general Abdelfatah Al Sisi, acabó con las veleidades islamistas d Mohamed Morsi, el líder de los Hermanos Musulmanes, elegido democráticamente presidente tras la caída del Hosni Mubarak, por efecto de la fallida “primavera árabe”.
Al contrario que en Egipto y demás países árabes norteafricanos, esa famosa “primavera” no llegó a Turquía porque no hacía falta: ya estaba allí Erdogán dedicado a “islamizar” suavemente el país después de haber saneado su economía y de haber solicitado la entrada en la Unión Europea. En todo caso, Erdogán, que pretende disputar a Arabia Saudita la hegemonía del mundo sunnita, no deja de ser un líder incómodo para una parte de su propio pueblo en la medida que viene desarrollando, desde hace tiempo, unas maneras cada vez más dictatoriales.
Hasta ahora, Erdogán ha conseguido enmendar la Constitución para eliminar a sus rivales políticos bajo las más diversas acusaciones y despojarlos de su inmunidad parlamentaria, además de restringir la libertad de expresión y de censurar no solo las publicaciones que no le son adictas sino las obras de teatro y las producciones cinematográficas que contengan la más leve crítica al Islám. Por supuesto, Darwin, Moliere y hasta autores modernos de la “beat generation”, están estrictamente prohibidos y su deseo más profundo es cambiar la Constitución que todavía no ha conseguido al faltarle en la Asamblea la mayoría cualificada de las tres quintas partes para convocar un referéndum.
Pero cabe preguntarse si todo esto es suficiente para entender el intento de golpe de Estado militar. Posiblemente no, en la medida que Erdogán goza de un fuerte apoyo popular -lo que no ocurría con Morsi, en Egipto, cuando se levantó Al Sisi- y dispone de la mayoría absoluta del Parlamento. Pero posiblemente sí si se entendería en la medida de que puede ser un aviso del descontento del Ejército, desposeído en la práctica, de su poder de institución vigilante de la laicidad instituida por Kemal Ataturk en 1928. Recordemos que Ataturk, el “padre de la Patria”, disolvió en Califato y prohibió los escritos en árabe, que pasaron a transcribirse al alfabeto latino para emprender si la modernización de un país que estuvo a punto e desaparecer tras los célebres acuerdos de Sèvres que permitieron a Gran Bretaña y Francia repartirse el imperio otomano tras la I Guerra Mundial.
Pero hay muchas más cosas que pueden esconderse tras la intentona militar, especialmente los trapicheos de Erdogán en la guerra civil de Siria, sus inconfesables contactos con el Estado Islámico al que no ha dejado de suministrar armas desde primer momento además de permitirle el contrabando de petróleo. En el seno de las Naciones Unidas circula, desde hace meses, un detallado informe de Rusia en el que se acusa a Erdogán de estos y de otros muchos manejos que han permitido, entre otras cosas, la extensión del islamismo radical a Libia así como, a los países balcánicos. Claro que Rusia no goza precisamente de mucha credibilidad y el informe apenas ha tenido difusión… aparte de que Erdogán, que no es nada tonto, ha sabido restablecer las relaciones con Moscú después de largos meses de tensión e, incluso, con Israel, aunque no haya dejado de alimentar la rebelión contra su vecino sirio Bachar el Asad…
Ocurre, además, que Turquía es una pieza clave para la estabilidad de Europa -como ha podido comprobarse con la crisis migratoria, que tan rentable le ha sido- y, por ser miembro de la OTAN. En otras palabras, goza de la complicidad obligada de Estados Unidos si bien no ha conseguido disipa las suspicacias de una Europa a la defensiva frente a la la avalancha de demandantes de asilo procedente de Siria e Irak… que leha permitido un acuerdo vergonzoso para Bruselas con el trueque de dinero por emigrantes y con la perspectiva de suspender la necesidad de visados a los turcos para viajar a los Estados de la Unión.
En fin, ¿qué va a pasar ahora? Lo previsible es que Erdogán refuerce aún más su poder y que el Ejército se recluya aún más en sus cuarteles. Vamos, parece que el fracasado “golpe” ha sido una maniobra más de Erdogán para acabar con sus enemigos interiores, cambiar a los mandos del Ejército, tener más aún en sus manos a Europa y proseguir sin cortapisas la guerra contra los kurdos… una forma más de mantener su ayuda al Estado Islámico. O sea, una jugada casi perfecta. Lo de “casi” es porque todo es posible en ese endiablado tablero de la política internacional que es el Cercano Oriente.