Hace unos días murió en Jartum el clérigo islamista Hasan El Turabi. Es posible que este nombre apenas tenga algún significado para los lectores españoles. Sin embargo, Turabi fue, hasta hace unos años en que cayó en desgracia, el principal ideólogo del presidente sudanés Omar Al Bachir, condenado por el Tribunal Internacional de La Haya por crímenes contra la humanidad.
Recuérdese el conflicto de Darfur que causó la muerte de 400.000 personas y obligó al desplazamiento de más de un millón y recuérdese también la guerra civil con el Sur de Sudan en la que murieron más de dos millones y medio antes de que, al fin, este territorio alcanzara su precaria independencia. Detrás de estos conflictos estuvo siempre Turabi como inspirador de la política genocida de Bachir, que sigue siendo el presidente de Sudan, veintisiete años después de imponer la “sharía” o ley islámica tras el golpe Estado que le condujo al Poder absoluto.
Pero de Turabi, de su furioso islamismo,–fue amigo personal de Osama Ben Laden, fundador la organización terrorista Al Qaída- lo que nos interesa es su pensamiento, por cierto cultivado en las Universidades de Jartum, de Londres y de La Sorbona de Paris, en la que se doctoró en Derecho Internacional. Su objetivo, como el de tantos otros pensadores islámicos más o menos radicales, era islamizar la modernidad y, desde su puesto privilegiado en el Gobierno de Bachir, dedicó sus buenos esfuerzos a coordinar diversos grupos yihadistas antes de que surgiera el Estado Islámico… que en buena medida, encarna sus ideales.
Ya en el año 1984, Turabi, que ha podido seguir muy de cerca la “primavera árabe”, anunciaba precisamente en Madrid, después de quedarse extasiado en Granada, que todo el norte de África sería pronto barrido por el islamismo. Pero su pronóstico iba mucho más lejos. “En Europa, afirmaba, han desaparecido los valores de su vieja cultura cristiana y se ha desterrado a Dios. Por ello, nos corresponde a nosotros, los musulmanes, conquistar Europa para Dios y que los europeos se conviertan así al Islam”.
¿Es éste el gran sueño del Islam? No me hubiera atrevido a dar una respuesta afirmativa unas décadas atrás, cuando el mundo islámico estaba sometido a los colonizadores europeos, que nunca llegaron a entender la profundidad del pensamiento islámico. Incluso durante esa época surgió un efímero movimiento reformista en el Egipto y Sudán anglófilos, que aspiraba a modernizar el Islam para hacerlo compatible con las democracias occidentales. Sin embargo, mucho antes de que británicos y franceses se repartieran los despojos del imperio otomano, ya se manifestaron las primera rebeliones de musulmanes indios contra la corona británica. Tuvo que pasar casi un siglo para que el ideólogo Hasan Al Bana fundara en Egipto la Cofradía de los Hermanos Musulmanes con el propósito de recuperar la identidad islámica que sucumbía bajo el impulso de la cultura occidental.
En realidad, el mundo árabe –al menos hasta la derrota de Gordon en Jartum- no pareció añorar su identidad islámica hasta que ocurrió la fundación del Estado de Israel en 1948 que dio origen al nacionalismo panárabe. Sin embargo, el fracaso de sus líderes más revolucionarios –Naser en Egipto, Hafez el Asad en Siria y Saddam Husein en Irak, integrados en el “frente del rechazo”- abrió las compuertas del islamismo bajo la bandera de “El Islam es la solución”. Su rostro más visible fue el asesinato del presidente egipcio Anuar Es-Sadat, la toma de Afganistán por los talibán, la declaración de guerra a Estados Unidos por parte de Ben Laden y luego –¡ah!- los atentados del 11-S.
Todo lo que sigue está ya bien memorizado por el mundo occidental. Lo que todavía no se ha llegado a meditar en serio es hasta qué punto las “profecías” de ídeólogos como Hasan El Turabi –islamizar Europa- se están abriendo camino insensiblemente a medida que se acentúa el vacío de Dios en nuestras modernas sociedades.
Precisamente estos días, el Papa Francisco reflexionaba ante un grupo de intelectuales franceses acerca de la identidad de Europa y se preguntaba cómo responder a la crisis espiritual que atraviesa nuestro continente y, sobre todo, cómo abordar una crítica a la modernidad –al laicismo, al relativismo, a la ausencia de valores cristianos…- sin ser tachado de reaccionario, de “facha”, vamos. ¿
Es verdad, como apuntaba el fallecido Turabi, que Europa es hoy un espacio vacío de Dios, que solo el Islam puede llenarlo? El Papa no se hizo esta pregunta, claro, pero si habló del laicismo perverso de Europa –frente a un laicismo sano- que está siendo acompañado por una invasión árabe en toda regla. El Papa, la Iglesia, lleva décadas, especialmente desde el Concilio Vaticano II. apostando por el diálogo interreligioso. Pero ya comprobamos los cristianos que, desde una perspectiva teológica, no hay posibilidad alguna de encuentro entre la cruz y la media luna.
El diálogo con el mundo islámico, bien es verdad, es posible desde bases políticas, sociales o económicas pero la idolatría al dinero en la que ha caído la vieja Europa es justo lo que la ha vaciado de Dios, la que ofrece la “oportunidad” al Islam de ocupar el vacío producido.
El Papa, por naturaleza optimista, cree que esta “invasión” árabe es, en realidad, una más de las que ha registrado Europa a lo largo de la historia… y de las que ha salido fortalecida al enriquecerse con el intercambio cultural. Pero eso ha sido posible mientras Europa no perdía de vista su identidad, sus valores, los que sirvieron de palanca a los fundadores de la Unión Europea. ¿Dónde están hoy los Schuman, los De Gasperi, los Adenauer que hicieron posible ese sueño?
Lo que hoy vemos en la Europa acomodada y laicista es que la unión conseguida tras la II Guerra Mundial empieza a agrietarse ante la “invasión” de los prófugos huidos de la arruinada Siria, al tiempo que emergen los radicalismos de izquierdas y de derechas. Todo esto da para mucho más, pero me detengo aquí como evocación de lo que pensaba Hasan El Turabi… que no está solo en el mundo islámico.