Una entrevista de Cristina Sánchez al jesuita catalán Jaime Flaquer, en “Alfa y Omega”, me ha despertado recuerdos de mi larga estancia en un país islámico donde no estaba prohibido el culto católico: Marruecos y, más concretamente, Tánger. Allí se erige una hermosa catedral modernista que, durante años, se ofrecía al viajero que llegaba a la ciudad por barco, como la edificación más alta y airosa de la ciudad. Pasado el tiempo, con la ayuda económica de algún potentado sirio, se edificó a pocos metros de distancia, el alminar de una imponente mezquita que hoy se recorta en el horizonte junto a la aguja catedralicia, en una imagen de hermandad religiosa muy alejada de las furias cristianófobas de otros lugares del Islam.
En la antaño conocida como “Perla del Estrecho”, apenas residen ya católicos y unos cuantos franciscanos, entre ellos el arzobispo Santiago Agrelo, por lo que han quedado casi en desuso las otras iglesias construidas en la época del Estatuto internacional, una de ellas –La Purísima- en pleno corazón de la medina, en la antigua calle Siaguins, al lado de otra antaño llamado “Calle de los Cristianos”. El caso es que, en el tiempo que residí allí, al cobijo del diario “España” y al frente de varias corresponsalías, tuve la dicha de experimentar mi primera gran conversión gracias a unos Cursillos de Cristiandad que llevó allí un brioso cura mallorquín -¡qué gratos recuerdos, mosén Cabré, que estarás en los cielos!- junto a unos valientes seglares catalanes cuyo nombre no recuerdo ahora.
Una de mis primeras vivencias como neoconverso fue una sustanciosa charla con un amigo musulmán que me observaba con cierto asombro. “¿Es verdad –me preguntó un día- que vosotros los católicos creéis que Dios está en persona en vuestras iglesias?” “Así es, en efecto…” La expliqué, como pude, el significado de la Eucaristía, de la Misa, del sagrario… Y me contestó: “Pues me da la impresión de que la inmensa mayoría de los que dicen ser católicos son, en realidad, unos hipócritas. Porque si nosotros los musulmanes creyésemos que Dios está en algún lugar de nuestras mezquitas, estarían llenas noche y día mientras vuestras iglesias están casi vacías…”.
La anécdota me la ha evocado el Padre Flaquer, que se encarga en Barcelona de la ruda y casi heroica tarea de dar clases de cultura musulmana a los españoles y de cultura cristiana a los musulmanes. Pero lo que más me ha interesado de sus declaraciones a Cristina Sánchez, sin llegar en absoluto a sorprenderme, es lo difícil que le resulta hablar de cristianismo a los musulmanes cuando éstos observan que los españoles apenas manifiestan interés por “su” religión, la que dio origen a la reconquista… ¡Qué paradojas!
La escena, pues, se repite décadas después, pero en esta ocasión en tierra “cristiana”, donde cada vez se alzan más mezquitas, a medida que la sociedad se descristianiza. El resultado es que los musulmanes o bien acentúan su propia fe en una tierra que ha abandonado a Dios o bien se “convierten” al capitalismo y al consumismo, en un marco de laicismo beligerante, la nueva “religión” de la vieja Europa…que no deja de llenarse de inmigrantes musulmanes.
El P. Flaquer, sin embargo, tiene una preocupación mayor, acaso porque ya se ha acostumbrado a la indiferencia “cristiana”: evitar la islamofobia… en la medida que favorece el terrorismo “yihadista”, lo cual no deja de ser cierto. A mi, personalmente, me preocupa tanto o más todo lo contrario: la “cristianofobia” que crece al son de la radicalización de una rabiosa izquierda neomarxista y la indeferencia de un liberalismo abrazado al dinero.
Si un día Europa –y España, sobre todo- fue faro de la civilización occidental, hoy solo parece capacitada para enseñar al mundo… su mundanidad, su frivolidad, su desaforada busca del placer como sentido único de la vida, con su cohorte de exhibicionismo indecente y su corrupción moral. Y aunque nos duela reconocerlo: aquí y ahora, hay más hipócritas que cristianos hechos y derechos.