Decía Pedro Casaldáliga, en una oración muy bonita, que él se presentará ante Dios con el corazón lleno de rostros y de nombres… A veces, la Adoración Eucarística es precisamente eso, ver junto a Jesús tantos rostros y tantos nombres, tantas historias de vida, de lucha, de superación… tantas vidas ocultas y anónimas en las que, en medio de todo y pese a todo, late la esperanza. Un buen amigo, el P. Diego, decía el otro día en uno de sus tweets: “Para encontrar a Cristo es necesario que toquemos su cuerpo en el cuerpo llagado de los pobres como confirmación de la comunión sacramental”.
Prisca tiene 9 años y hace dos que no va a la escuela. Es la mayor de 5 hermanos: Jolvine tiene 7, Emélie tiene 5, Jonathan 3 y Léonard es un bebé de 2 meses. Su padre es alcohólico y después de muchos problemas, su madre ha terminado por abandonar el hogar para volver a casa de sus padres. Prisca dejó la escuela porque no tienen medios, su padre se gastó todo en el alcohol y aunque ahora él ya no está en casa, no saben cómo remontar. Su madre cultiva y Prisca, a veces, la acompaña al campo a trabajar. Ahora viven con los abuelos, y la madre y los 5 hijos tienen una pequeña habitación donde hospedarse. Prisca tiene muchas ganas de ir al cole, y su madre, por fin, se decidió a venir a ver a la Hna. Clémentine y explicarles lo que les pasa. Su madre pedía una beca, y decía que está dispuesta a trabajar en lo que sea para que su hija pueda estudiar. También le gustaría que estudiara Jolvine, que tiene que hacer 1º de Primaria, pero eso lo ve muy difícil por el dinero, y ha pensado que, al menos, estudie la mayor. La Eucaristía es ese amor tenaz, valiente, arriesgado e incansable.
Me viene el rostro de un profesor que siempre está disponible, siempre dispuesto a ayudar, siempre contento y como si no le costaran los múltiples favores y servicios. Quiere muchísimo a los niños. Hace poco le ofrecieron trabajo en una empresa minera, en la que ganaría 600 $ al mes, bastante más de lo que gana en nuestra escuela, situada en un medio rural. Vino a contármelo y me dijo: “Yo no me puedo marchar, mi vida es la escuela, no quiero dejar a los niños. Me gusta mucho mi trabajo y creo que lo más importante que puedo hacer por nuestro país es educar”. “Re-cordando”, es decir, pasando por el corazón, vidas así, comprendo el sentido profundo de la Eucaristía, que es ser pan partido para los demás.
Pienso en una mamá que tiene 6 hijos. El pequeño, Héritier, tiene un problema neurológico. A veces llora horas y horas, no les deja dormir por la noche… no puede sostener la cabeza y su crecimiento es muy complicado. Pero su madre nunca tiene una palabra de rebelión contra Dios, sino todo lo contrario. La Adoración es un momento para pedir alivio para tantos corazones y tantos hogares, para tantos dolores y preocupaciones escondidas. La Eucaristía es una escuela de acción de gracias, para quien sabe, como decía mi fundadora Alberta Giménez, “ver más allá de la corteza de las cosas”.
A veces estamos orando y, como el Hospital está cerquísima de casa, se oyen los gritos de alegría cuando nace un niño o los lamentos de duelo cuando muere alguien… todo es oportunidad para orar y llevar a tanta gente junto a Jesús. Estar enfermo aquí no es fácil, con pocos medios y con la falta de las condiciones necesarias. La Eucaristía es una escuela de estar, de permanecer, de cercanía.
En la Adoración, también me gusta pedir por mi familia, nombrando a cada uno… estos días, de manera muy especial, a Martín, que el sábado pasado hizo su Primera Comunión. Es un gran jugador de fútbol y un monaguillo como pocos. La Primera Comunión que, ojalá sea la primera de muchas que vendrán… yo le decía el otro día que no se cansará nunca porque, como les sucedía a los niños de Narnia con Aslan (el león, imagen de Cristo) cuanto más mayor se haga, más grande verá a Jesús. Sin dejar por eso de sentirle cercano y de estar tan a gusto con Él. Y para eso, como dice mi hermano, hay que conservar siempre un corazón de niño. La Eucaristía es una escuela de amor.
La Adoración es el momento en que pasan por mi corazón, de un modo especial, todos mis amigos. Vivir lejos es experimentar que existe una comunión que no conoce fronteras. Es descubrir que, en la amistad, como alguien escribió una vez, puede haber comas, pero nunca un punto final. Es aprender a disfrutar de esa caja de tesoros que es el hondón del alma en donde se guardan tantas cosas bonitas, y es respetar las pausas y los silencios porque, en latitudes diferentes, el tiempo y los acontecimientos transcurren de forma distinta. Es aprender a esperar, a acoger y a estar siempre. La Eucaristía es el alimento de la amistad verdadera: “No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos”.
La Adoración es expresión de paz, para nuestro pueblo, la República Democrática del Congo, y para tantas naciones de la tierra: Sudán del Sur, República Centroafricana, Camerún, Níger, Siria, Yemen, Colombia, Reino Unido, España… La Eucaristía es un taller de perdón, de saber ceder, de perder, de agacharse, de humillarse, de hacerse pequeño. Porque la paz o la guerra empiezan siempre en nuestro propio corazón.
La Adoración es un momento de dejar que Jesús, el Príncipe de la Paz, serene lo que ha removido el corazón y ha hecho tal y tal momento un poco difícil. La Madre Teresa de Calcuta decía que lo mejor que podemos hacer para sentirnos bien, para encontrar nuestro lugar, es adorar.
La Adoración es estar ahí, y reconocer desde lo profundo que Dios es, y que eso basta. Que nada puede borrar la Gloria de Dios. En palabras de San Ireneo, “la gloria de Dios es el hombre vivo, y la vida del hombre es la visión de Dios”. El Verbo se hizo carne. Desde entonces, como decía Ortega y Gasset, ser humano es lo más grande que se puede ser… las vidas de Sus pequeñitos son hermosas a los ojos de Jesús. Y Jesús se hizo Pan. Desde entonces, la Eucaristía es el alimento más precioso que podemos recibir.
