Ni más ni menos. Eso es lo que siento, lo que pienso. Que cada vida es única. Lo decía en su testamento el P. Christian de Chergé, de Thibirine, asesinado en Argelia en 1996: “Mi vida no tiene más valor que otra vida. Tampoco tiene menos”.
Y hoy lo escribo con perplejidad dentro de mi corazón. Entre el lunes y el miércoles han muerto unas 100 personas en la capital de nuestro país, Kinshasa (aunque el Gobierno haya dicho que son 21). La inmensa mayoría civiles, aunque también algunos agentes de seguridad del Estado.
Me pregunto por qué los medios: prensa, telediarios, Twitter… se hacen más eco de unas vidas que de otras, de unas muertes que de otras, de unas violaciones que de otras. ¿Por qué? El valor de la vida de una persona no depende de dónde hayas nacido, ni de cuál es tu color de piel, tu posición social o tu “status” en la escala del mundo.
Incluso respecto a la transmisión de la información tengo sentimientos encontrados. Son de agradecer los informes de la MONUSCO, y de Human Rights Watch, y de los periodistas que se han jugado el pellejo cubriendo las últimas noticias que sacuden nuestro país. Muchos de ellos son “testigos molestos” para los que el Gobierno se inventa artimañas con el fin de hacerlos salir o de borrarlos del mapa. Y, sin embargo, esto se cocía desde hace tiempo. No ha sido un estallido repentino. En nuestra zona, la provincia minera de Lualaba (antes Katanga) y, concretamente, en la ciudad de Kolwezi (a 56 km. de nuestro poblado), todas las semanas muere gente en las minas. Los salarios son muy malos. Las condiciones de seguridad, peores aún. En los últimos meses se ha despedido de mala manera a más de 1000 trabajadores. Las mujeres lavan en ríos contaminados con índices de toxicidad altísimos. Y… esas empresas son extranjeras. Algunas norteamericanas, alguna india y ahora, casi todas compradas por China. Desde hace años se sabe que esos acuerdos de explotación son muy favorables a los extranjeros y muy desfavorables para los congoleños. Es verdad que hay subcontratas, y que la gente de nuestro país muchas veces se vende al poder y al mejor postor. Que los dirigentes compran fácilmente a los sindicatos. Pero, ¿por qué no se ha denunciado todo eso? No esporádicamente, sino con una voz clara y fuerte.
O, ¿por qué nuestro país y muchos otros de África son como una especie de vertedero en los que se vende lo que ya no se quiere en otras partes, o a donde se trae literalmente la basura del así llamado “Primer Mundo”?
Y, respecto a las Fuerzas de Seguridad, hoy me contaba un amigo que tiene familia en Kinshasa, que los cascos azules salieron a contar los muertos. Pero la población no quiere sólo que se cuenten los muertos. Queremos que nos protejan, si para eso están aquí. No seré yo quien tumbe de un plumazo la encomiable labor de muchos de esos agentes de seguridad que han dejado su familia, su patria, que han puesto en riesgo su vida, para estar donde están. Pero se hace necesario decir que hay que revisar esa labor. Yo no estaba entre el lunes y el miércoles en Kinshasa para saber lo que realmente pasó, pero sí estaba en Lubumbashi en marzo de 2012 cuando entraron los Mai-Mai desde la Ruashi hasta el centro de la ciudad. Cuando después de unas cuantas horas pudimos regresar a casa una hermana y yo, tuvimos que andar casi 40 minutos desde el lugar en el que prácticamente empezó todo hasta nuestra Comunidad. Algunas balas perdidas, militares… pero ni un solo agente “azul”. ¿Por qué?
Hace unos días hubo de nuevo matanzas en Beni. Donde murió asesinado en marzo el P. Machozi. El Este es “una olla de caracoles” mientras siguen saliendo minerales sin control. El mundo no se ha enterado, ¿por qué?
La población está harta. Nunca la Oposición se había unido con una sola voz, salvando las diferencias de tribus y de ambición por el poder, para reclamar un cambio. Esperemos que busquen la paz y que estén a la altura de la dignidad del pueblo al que sus miembros, como políticos, están llamados a servir.
Hace unas semanas he conocido a Maman Sandrine. Es huérfana de padre y madre. Hace un año, su marido la abandonó, y la dejó con tres niños de 4 años, 2 años y un bebé. Porque cuando ella dio a luz, él ya no estaba. Vive en una chabola de adobe y lata. Subsiste vendiendo agua que va a buscar cada día al río. Carga bidones de 20 litros a varios kilómetros, y vende el bidón a 200 FC (es decir, para ganar 1 $ necesita 5 bidones). Así pasa el día, cargando agua una y otra vez y vendiéndola a los fabricantes de ladrillos o a alguna familia un poco más “acomodada” que pueda permitirse comprar el agua en vez de irla a buscar (al menos algún que otro bidón). El marido de su hermano (sólo son dos, ¡cosa rara!) vive en Kolwezi y gana 45 $ al mes, en pequeños trabajos. Él le ha ayudado a buscar una casa, porque el propietario la ha echado de la chabola en la que vivía. Y hace lo que puede para ayudar un poco a la familia.
Antes de ayer se presentó en la escuela Ritong Kayinda. Tiene 18 años. Cuando era un niño muy pequeño aún, murió su padre. Los 6 hermanos se trasladaron a Zambia con su madre, pues allí residía su familia. Pero al poco, su madre murió. Entonces sus hermanos se quedaron en Zambia y de él pidió ocuparse una tía materna. Así fue como regresó al Congo. Su tía pagó la Escuela Primaria… pero cuando acabó 6º al final del curso pasado, le dijo que se buscara la vida. Que ella ya no podía seguir pagando. Ritong ha trabajado todo el verano, para comer y para ganar para la Escuela. Ha cultivado y ha fabricado carbón. Pero ahora, el dinero no le llega para la inscripción, el uniforme, los cuadernos. Y no sabe tampoco cómo pagará cada mes, porque si tiene que estudiar, no puede trabajar como cuando no hay clase, o de lo contrario, suspenderá… porque Ritong tiene 18 años, y tendría que haber terminado la Secundaria, pero aún no la ha empezado, y lleva falta de base, años en que no ha ido a la escuela por falta de medios… Y Ritong quiere estudiar.
Cada día, cada día… historias así. No son exageradas, ni para llamar la atención. Es lo que hay. El otro día me lo decía una hermana congoleña con lágrimas en los ojos: “nuestro pueblo sufre”.
Esto es lo que pasa ante el “silencio vergonzoso” de la comunidad internacional, como denunció el Papa en el Ángelus del 14 de agosto. Sin embargo, no puedo dejar de soñar lo mismo que Carton, el que para mí es el verdadero protagonista de Historia de dos ciudades, de Dickens. Lo sueño para este pueblo nuestro, como si fuera él mismo el que dijera:
Veo salir de este abismo una ciudad espléndida y una nación gloriosa, y veo que esta nación, con sus luchas para conquistar la libertad, con sus triunfos y sus derrotas, expía gradualmente y borra después para siempre los crímenes de esta época sangrienta y los de los tiempos antiguos que engendraron estas venganzas.
Veo a los seres venerados por los cuales voy a morir, viviendo (…) una vida tranquila, útil y feliz.
(…) Veo el santuario que me han erigido en su corazón y en el de sus descendientes. La veo en su vejez llorando aún el aniversario de este día.
(…) Veo al niño que lleva mi nombre crecer y seguir su camino en la vida donde yo me he extraviado; le veo noble de corazón y de inteligencia; le veo superar todos los obstáculos con tan feliz éxito que mi nombre se purifica y llega a ser ilustre con el brillo del suyo. Le veo al frente de la magistratura de su país, honrado por todos, padre de un hijo que lleva también mi nombre y que tiene esos cabellos de oro y esa frente que tan bien conozco. Veo cómo lo trae aquí – a este sitio que ya es bello, que no conserva un vestigio de la desfiguración de este día – y le cuenta mi historia con voz trémula y conmovida.
Lo que hago hoy es infinitamente mejor que cuanto habría hecho en el porvenir, y por fin voy a gozar del descanso que nunca he conocido.
En medio de todo esto, una llamada, la llamada misionera. Y, hablando de llamadas, hoy me ha llamado una amiga desde Asturias. ¡Esos regalos sorprendentes e inesperados de Dios! Hablábamos del don de la vida, que se vive tanto más intensamente cuánto más se vive para los demás. Que se disfruta cuanto más la recibes como un don, pero sin agarrarte a ella. La vida está llamada a hacerse Eucaristía, es decir, don de nosotros mismos, entrega, atención a los demás sin reservarnos nada para nosotros mismos. En medio de todo, Dios nos regala la alegría inmensa de descubrir lo que le hizo ver a San Francisco de Borja, que no hay alegría comparable a la de gastar la vida en Su servicio.
¡Un abrazo grande! Unid@s en la oración,
ushindi
