El Papa Francisco ha publicado esta mañana la esperada, y por algunos pocos un tanto integristas temida, exhortación apostólica postsinodal “La alegría del amor”, en la que recoge el trabajo sinodal de las dos últimas asambleas del sínodo de los obispos sobre la familia.
Una exhortación apostólica que empieza explicando una metáfora del escritor Borges es algo fantástico, me comenta el periodista especializado en información religiosa Isidro Catela. Benedicto XVI citaba a Nietzsche, y Francisco a Borges. Ambos geniales. También me dice que la palabra clave es la palabra “acompañamiento”. Acompañamiento en los procesos que viven las familias, con sus logros y sus fracasos, con sus alegrías y con sus tristezas. Un acompañamiento que significa integración. El Papa integra a todos porque acompaña a todos, en todas las situaciones familiares posibles.
El Cardenal Shomborn, que presentó el pasado viernes la exhortación en la Sala Stampa del Vaticano, explicó con toda claridad porque este modo de presentar la doctrina de la iglesia integrando, no excluyendo, le ha emocionado tanto al leer el texto. Decía que:
“En la enseñanza eclesial sobre el matrimonio y la familia a menudo hay una tendencia, tal vez inconsciente, a abordar con dos enfoques estas dos realidades de la vida. Por un lado están los matrimonios y las familias normales, que obedecen a la regla, en los que todo está bien, y está en orden, y luego están las situaciones irregulares que plantean un problema. Ya el mismo término irregular sugiere que hay una clara distinción. Por lo tanto, el que se encuentra en el lado de los irregulares tiene que dar por sentado que los regulares están en la otra parte. Sé personalmente, debido a mi propia familia, lo difícil que es esto para los que vienen de una familia patchwork. En estas situaciones las enseñanzas de la Iglesia, pueden hacer daño, pueden dar la sensación de estar excluidos. El Papa Francisco ha puesto su exhortación bajo el lema: Se trata de integrar a todos, porque se trata de una comprensión fundamental del Evangelio: ¡Todos necesitamos misericordia! El que esté libre de pecado que tire la primera piedra (Juan 8: 7). Todos nosotros, independientemente del matrimonio y la situación familiar en la que nos encontramos, estamos en camino. Incluso un matrimonio en el que todo va bien está en camino. Debe crecer, aprender, superar nuevas etapas. Conoce el pecado y el fracaso, necesita reconciliación y nuevos comienzos, y esto hasta edad avanzada”.
Más claro agua. Pero a este modo de ver las cosas, y de explicarlas, que es esencialmente evangélico, del que el Papa nos da ejemplo, debemos convertirnos todos nosotros.
Cuando un católico lee un texto pontificio de la importancia de la exhortación apostólica postsinodal, un texto envuelto en una gran polémica tanto dentro como fuera de la iglesia, puede hacerlo desde muchas premisas, esperemos que no prejuicios, diferentes. Dos de estas premisas contrapuestas son las siguientes: buscando que dice el Papa que me confirma lo que yo pienso, o buscando precisamente lo contrario: que dice el Papa que me corrija en mis sentimientos y opiniones, que puedo haber dado por certezas inamovibles. No por su puesto para criticar al Papa. Al contrario, para convertirme. Es decir, para ver en que yo no estoy suficientemente en la honda de la comunión de la Iglesia, y por tanto, en la honda del Espíritu Santo.
Hay tres párrafos de la exhortación, de los números 35, 36 y 37, que creo que a muchos nos debe hacer reflexionar, y corregir, y cambiar de actitud, y si fuera el caso, incluso de pensamiento. Son los siguientes:
1.- “Es verdad que no tiene sentido quedarnos en una denuncia retórica de los males actuales, como si con eso pudiéramos cambiar algo. Tampoco sirve pretender imponer normas por la fuerza de la autoridad. Nos cabe un esfuerzo más responsable y generoso, que consiste en presentar las razones y las motivaciones para optar por el matrimonio y la familia, de manera que las personas estén mejor dispuestas a responder a la gracia que Dios les ofrece” (AL 35).
2.- “Tenemos que ser humildes y realistas, para reconocer que a veces nuestro modo de presentar las convicciones cristianas, y la forma de tratar a las personas, han ayudado a provocar lo que hoy lamentamos”, (AL 36). “Hemos presentado un ideal teológico del matrimonio demasiado abstracto, casi artificiosamente construido, lejano de la situación concreta y de las posibilidades efectivas de las familias reales. Esta idealización excesiva, sobre todo cuando no hemos despertado la confianza en la gracia, no ha hecho que el matrimonio sea más deseable y atractivo, sino todo lo contrario” (AL 36).
3.- “Durante mucho tiempo creímos que con sólo insistir en cuestiones doctrinales, bioéticas y morales, sin motivar la apertura a la gracia, ya sosteníamos suficientemente a las familias, consolidábamos el vínculo de los esposos y llenábamos de sentido sus vidas compartidas. Tenemos dificultad para presentar al matrimonio más como un camino dinámico de desarrollo y realización que como un peso a soportar toda la vida. También nos cuesta dejar espacio a la conciencia de los fieles, que muchas veces responden lo mejor posible al Evangelio en medio de sus límites y pueden desarrollar su propio discernimiento ante situaciones donde se rompen todos los esquemas. Estamos llamados a formar las conciencias, pero no a pretender sustituirlas” (AL 37).
¿Fuerte, no? Ahí queda eso. Ahora, apliquémonos el cuento….