1.- Jesús no reunió un día a los apóstoles y les dijo: tomad papel y lápiz y escribid 14 cosas que tenéis que hacer: apuntad: Obras de Misericordia temporales y espirituales. No lo hizo así, pero todas y cada una de las obras de misericordia están en el Evangelio: en las parábolas de Jesús, en el Sermón de la montaña, en la profecía del juicio final en el que, como dice San Juan de La Cruz, “seremos examinados en el amor”; y sobre todo en la misma persona de Jesús, en su mirada, en sus gestos, en sus milagros, en el misterio de su encarnación, acompañamiento del hombre, anuncio del Reino de Dios, pasión, muerte, y resurrección. Podemos decir que las obras de misericordia corporales, en su mayoría surgen de la descripción del Juicio Final, mientras las espirituales la ha tomado la Iglesia de otros textos que están a lo largo de la Sagrada Escritura y de actitudes y enseñanzas del mismo Cristo: el perdón, la corrección fraterna, el consuelo, soportar el sufrimiento, etc.
2.- Ha sido la Iglesia por tanto la que a lo largo de los siglos fue fraguando en su pedagogía catequética la enumeración de las obras de misericordia. Claro está, aunque esta lista forme parte inamovible de la tradición teológica, moral, espiritual y pastoral de la Iglesia, la Iglesia reconoce muchas más obras de misericordia, según los signos de los tiempos van descubriendo como concreción del espíritu de la misericordia, que normalmente, pueden ser todas ellas vinculadas o asociadas a alguna de estas catorce. Así, el Cardenal Carlos Amigo dice que hoy la Iglesia nos presenta nuevas obras de misericordia como son, entre las corporales, la de cuidad en medio ambiente, o entre las espirituales, la de hablar a Dios y hablar de Dios.
3.- Conviene en este Año de la Misericordia hacen pedagogía de la cultura del encuentro con la sensibilidad de hoy. Por ejemplo, podríamos añadir las que se derivan de todos y cada uno de los derechos humanos reconocidos por la modernidad, como son los derechos civiles de la llamada tercera generación, que tiene que ver con la discriminación de las minorías. Claro que, en contextos culturales de otros tiempos, estas obras ya se realizaban, pero se daban por hecho, y no requerían ser explicitadas y formuladas. Esto no quita que la propuesta de las obras de misericordia, en su formulación clásica, tenga que ser también hoy profética, y recordar que la cultura dominante tiene el riesgo de olvidar que sin misericordia no hay justicia, y que sin compasión y ternura, no hay humanismo que valga; y que sin apertura y respeto a la única fuente de misericordia que el hombre a lo largo de la historia ha reconocido, la de un Dios misericordioso que nos transciende, muy arduo y difícil se hace el camino de las obras de misericordia.
4.- Además de no ser sólo catorce, hay una “obra cero”. En esta pedagogía de la Iglesia no han faltado nunca, y no debe faltar hoy, dos menajes muy importantes de las obras de la misericordia, que están en la Palabra de Dios escrita, pero también en la Palabra de Dios vivida por los santos, incluidos esos que Chesterton llamaba los “santos del lunes”, que no llegarán nunca a los altares. Ellos nos enseñan que cuidado con olvidar que existe una “obra de misericordia cero”. Decía un teólogo con mucha seriedad y aplomo, en una conferencia, para pasmo de sus oyentes, que en el libro del Éxodo había un error. Nos cuenta que Moisés bajo del Sinaí con las tablas de los diez mandamientos. Pues no fue así, decía. Bajo en realidad con once mandamientos, porque hay un mandamiento cero que también lo daba por hecho, y cuya definición es muy sencilla: “Dejarse amar por Dios”. Porque sino nos dejamos amar por Dios es muy difícil que lo amemos a él y que amemos a los demás. Nos faltaría la fuente para poder vivir los mandamientos. Pues del mismo modo ocurre con las obras de misericordia.
5.- Por tanto, en la pedagogía de la Iglesia, no son sólo obras para “hacer” misericordia, sino oportunidades para “ser” misericordiosos: Existe una obra de misericordia “cero” que consiste en “ser” misericordiosos, como nuestro Padre Celestial es misericordioso, antes de “hacer” obras de misericordia. Si como decía Tyron Edwars, teólogo protestante norteamericano del siglo XIX “tus pensamientos te llevan a tus propósitos, tus propósitos a tus acciones, tus acciones a tus hábitos, tus hábitos a tu carácter, y tu carácter determina tu destino”, las obras de misericordia no son sólo obras, sino que van precedidas de pensamientos y sentimientos, y condicionan el carácter y el destino de quienes las ejercen. Nos decía en la misa crismal don Carlos Osoro, nuestro arzobispo, a los sacerdotes, que teníamos que hacer un trasplante de corazón. Que en el quirófano de la vida nos liberen del corazón de piedra y nos injerten un corazón de carne, ese que encarna la profecía del Concilio: que “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón” (GS, 1).
5.- En la pedagogía de la Iglesia, además, las obras de misericordia no son puntuales, sino perseverantes. Si decimos que el desarrollo humano o es sostenible o no es desarrollo, podemos decir también que la misericordia o es sostenible o no es misericordia. En Dios es infinitamente y absolutamente sostenible. En los hombres no deberían de ser sólo asiduas y contingentes, sino duraderas, estables, imperecederas, coherentes, persistentes, incesantes, tenaces, perseverantes, porque desde luego la demanda de misericordia en este mundo es inagotable e inextinguible. En realidad, basta con mirar el relato la misericordia por excelencia, el del Buen Samaritano, para ver que en la obra de misericordia siempre hay un antes y un después: el antes de quien no se queda en sus comodidades y sale al encuentro del hombre, de la realidad, hasta de la más dura. El antes de una iglesia en salida, no de una iglesia estufa, como nos dice el Papa Francisco. Sino salimos a los caminos del mundo no hay manera ni de saber si alguien que esté en el borde del camino.
Conclusión: en la pedagogía de la Iglesia que nos ofrece la plasticidad de la vida del Evangelio en estas catorce obras de misericordia, no podemos dar por hecho ninguna de estas tres cosas:
1º/ Que las obras de misericordia son infinitas, tantas como la creatividad del Espíritu Santo pone en nuestro camino. Tantas como oportunidades que la providencia nos da para realizarlas. Quienes cultivan la misericordia encuentran mil maneras de hacer que esta sea siempre nueva, y que siga escandalizando como cuando la prodigó Jesús de Nazaret.
2º/ Que las obras de misericordia son más que obras, son actitudes, son hábitos, pero sobre todo, son expresiones de un corazón misericordioso. Son imagen de una gracia recibida y acogida: la misericordia de Dios. Vamos, que no podemos entender la parábola del Buen Samaritano, sin entender la parábola del Hijo Pródigo.
3º/ Y que las obras de misericordia son concretas, pero no puntales. Vamos, que no se sabe cuando comienzan ni se sabe cuando terminan. Y que, si nos las creemos y vivimos, el bien será escandaloso, pero el escándalo será beneficioso.